sábado, 23 de diciembre de 2017

ESPAÑA Y CATALUÑA DESPUÉS DEL 21-D



Tal vez sea una desmesura comparar a Mariano Rajoy con Winston Churchill, pero la desairada posición en que ha quedado el jefe del Gobierno español tras las elecciones catalanas a mí me recuerda el injusto bofetón que se llevó el premier británico tras la victoria de los aliados en la II Guerra Mundial. El hombre de las frases restallantes y el puro eterno en la boca perdió las elecciones tras haber hecho lo que tenía que hacer para galvanizar la resistencia británica frente al imparable avance de la maquinaria de guerra nazi. Y nuestro hombre gris, que ya no fuma puros, que nunca dice una palabra más alta que otra, que dedica su tiempo libre a repasar la prensa deportiva, ha tenido que ver cómo su partido a punto ha estado de quedar excluido del Parlament  después de haber hecho lo que tenía que hacer para sacar a España de un atolladero probablemente peor que el del 23-F de 1981.
A estas alturas, y a pesar de los resultados habidos en la noche electoral,  está claro que la intervención del Gobierno al amparo del artículo 155 de la Constitución, ha permitido serenar la vida política en Cataluña y en España y poner coto a la locura en que había desembocado el procés catalán. Los electores de esta comunidad autónoma o nacionalidad o como queramos llamarla han preferido seguir confiando la mayoría absoluta de su parlamento a las fuerzas políticas independentistas. Y no augura nada bueno el lenguaje belicista con el que Carles Puigdemon recibió los  resultados que le otorgaron las urnas, mucho mejores de los que habían pronosticado las encuestas.
     Pero no es verdad que esa victoria de los independentistas, con menos escaños que hace dos años y sin contar con el respaldo de la mayoría social, constituya un mandato para “seguir construyendo la República”, como han dicho los líderes de Esquerra Republicana y Junts per Catalunya. El bloque de las fuerzas políticas que defienden la Constitución y la legalidad españolas ha aumentado su representación en cinco escaños. Deberían tomar nota los partidarios del permanente desafío al Estado, como deberían tomar nota de que el partido defensor de la ruptura y la unilateralidad a toda costa, la CUP, ha perdido seis de los diez escaños que tenía.
  Así, pues, los resultados del 21-D otorgan a JxC y ERC toda la legitimidad para formar gobierno, posiblemente en minoría, si no quieren seguir presos de un partido antisistema. Pero esa tarea de gobierno tienen que ejercerla dentro del marco constitucional y respetando los derechos de las fuerzas políticas y de la mayoría de ciudadanos que no ha respaldado sus planteamientos en las urnas. En definitiva, los responsables de la Generalitat tienen que gobernar para todos los catalanes y no sólo para aquellos que desearían separarse de España para constituir un estado independiente.  Tiene que hacerles reflexionar el hecho de que el partido más votado haya sido precisamente aquel que con más energía y brillantez ha defendido la Constitución y la conveniencia de que Cataluña siga siendo parte de España y de Europa.
     La vía hacia la independencia por las bravas es una vía muerta y cuanto antes lo comprendan y acepten los líderes separatistas, tanto mejor para todos. Tienen a su disposición otra vía para seguir defendiendo su programa máximo: el artículo 168 de la Constitución, del que se ha hablado mucho menos en estos meses, pero que ahí está y es tan constitucional como el 155. Pero en vista de los resultados obtenidos en la cita electoral del 21-D, lo mejor sería que olvidaran dicho programa máximo por una larga temporada y se dedicaran a gestionar los problemas económicos y sociales del día a día de los catalanes. Buscando siempre el diálogo y el consenso dentro del propio parlamento autonómico. Si se empeñan en mantener el desafío al Gobierno central y al sistema judicial español van a causar un desastre aún mayor del que ya han perpetrado y los primeros perjudicados van a ser los propios ciudadanos de la Comunidad Autónoma de Cataluña. Y, por supuesto, si vuelven a las andadas, el Gobierno de España tendría toda la legitimidad del mundo para destituirlos, como hizo Rajoy el 27 de octubre a raíz de la aprobación en la Declaración Unilateral de Independencia en el Parlament de Cataluña. La nueva etapa que se ha abierto justo el día antes del de la Lotería no va ser plácida, pero la lidia de este morlaco al que llamamos relación de Cataluña con el resto de España nunca fue fácil.