Tal vez sea una desmesura comparar a Mariano Rajoy con
Winston Churchill, pero la desairada posición en que ha quedado el jefe del
Gobierno español tras las elecciones catalanas a mí me recuerda el injusto
bofetón que se llevó el premier
británico tras la victoria de los aliados en la II Guerra Mundial. El hombre de
las frases restallantes y el puro eterno en la boca perdió las elecciones tras
haber hecho lo que tenía que hacer para galvanizar la resistencia británica
frente al imparable avance de la maquinaria de guerra nazi. Y nuestro hombre
gris, que ya no fuma puros, que nunca dice una palabra más alta que otra, que
dedica su tiempo libre a repasar la prensa deportiva, ha tenido que ver cómo su
partido a punto ha estado de quedar excluido del Parlament después de haber
hecho lo que tenía que hacer para sacar a España de un atolladero probablemente
peor que el del 23-F de 1981.
A estas alturas, y a pesar de los resultados habidos en la
noche electoral, está claro que la
intervención del Gobierno al amparo del artículo 155 de la Constitución, ha
permitido serenar la vida política en Cataluña y en España y poner coto a la
locura en que había desembocado el procés
catalán. Los electores de esta comunidad autónoma o nacionalidad o como
queramos llamarla han preferido seguir confiando la mayoría absoluta de su
parlamento a las fuerzas políticas independentistas. Y no augura nada bueno el
lenguaje belicista con el que Carles Puigdemon recibió los resultados que le otorgaron las urnas, mucho
mejores de los que habían pronosticado las encuestas.
Así, pues, los resultados del 21-D otorgan a JxC y ERC toda la legitimidad para formar gobierno, posiblemente en minoría, si no quieren seguir presos de un partido antisistema. Pero esa tarea de gobierno tienen que ejercerla dentro del marco constitucional y respetando los derechos de las fuerzas políticas y de la mayoría de ciudadanos que no ha respaldado sus planteamientos en las urnas. En definitiva, los responsables de la Generalitat tienen que gobernar para todos los catalanes y no sólo para aquellos que desearían separarse de España para constituir un estado independiente. Tiene que hacerles reflexionar el hecho de que el partido más votado haya sido precisamente aquel que con más energía y brillantez ha defendido la Constitución y la conveniencia de que Cataluña siga siendo parte de España y de Europa.
La vía hacia la
independencia por las bravas es una vía muerta y cuanto antes lo comprendan y
acepten los líderes separatistas, tanto mejor para todos. Tienen a su
disposición otra vía para seguir defendiendo su programa máximo: el artículo
168 de la Constitución, del que se ha hablado mucho menos en estos meses, pero
que ahí está y es tan constitucional como el 155. Pero en vista de los
resultados obtenidos en la cita electoral del 21-D, lo mejor sería que
olvidaran dicho programa máximo por una larga temporada y se dedicaran a
gestionar los problemas económicos y sociales del día a día de los catalanes. Buscando
siempre el diálogo y el consenso dentro del propio parlamento autonómico. Si se
empeñan en mantener el desafío al Gobierno central y al sistema judicial
español van a causar un desastre aún mayor del que ya han perpetrado y los
primeros perjudicados van a ser los propios ciudadanos de la Comunidad Autónoma
de Cataluña. Y, por supuesto, si vuelven a las andadas, el Gobierno de España
tendría toda la legitimidad del mundo para destituirlos, como hizo Rajoy el 27
de octubre a raíz de la aprobación en la Declaración Unilateral de
Independencia en el Parlament de
Cataluña. La nueva etapa que se ha abierto justo el día antes del de la Lotería
no va ser plácida, pero la lidia de este morlaco al que llamamos relación de
Cataluña con el resto de España nunca fue fácil.