viernes, 23 de septiembre de 2016

A LAS URNAS POR NAVIDAD


     Escribo estas líneas unas horas antes de que concluyan las campañas electorales en Euzkadi y Galicia, con el desasosiego que me produce la certeza de que nuestros representantes políticos no encontrarán la manera de evitar unas nuevas elecciones generales. El Jefe del Estado hizo desde la tribuna de Naciones Unidas un llamamiento que parece haber caído en saco roto, puesto que ninguno de los protagonistas ofrece indicios de que vaya a cambiar de posición. Los milagros ocurren muy raramente, Sancho, le dice Don Quijote a su escudero en una de sus descalabradas aventuras. Y uno tiene la impresión de que este otoño que acabamos de estrenar no pinta bien para los milagros políticos en España.

     Recapitulemos un poco, ya que la tarea más ardua será encontrar una razón, o varias, para salir de casa y encaminar nuestros pasos hacia el colegio electoral. El Partido Popular ganó las elecciones de diciembre pasado, si bien es cierto que con una mayoría insuficiente para asegurarse el gobierno de la nación por sí mismo. Había otras mayorías posibles y Pedro Sánchez, el líder socialista, tuvo el valor de intentarlo. También el acierto, puesto que el líder de los conservadores, como esos toreros que se convierten en competencia de la Guardia Civil cuando la cara del morlaco les asusta un poco, había dado la espantá. Pero el intento de Sánchez fracasó y ahí comenzó un camino que puede llevarle a convertirse en un Secretario General de infausto recuerdo para los socialistas.
     Probablemente lo mejor para todos, incluida la necesaria regeneración democrática que tantos reclaman, habría sido que Podemos diera luz verde a un ejecutivo encabezado por Sánchez. Pero esa era una opción muy poco realista, porque la línea mayoritaria en Podemos, como se está viendo ahora, es que ellos no han venido a la política española para regalarle el gobierno a los socialistas a cambio de nada, sino para desplazarlos como fuerza hegemónica de la izquierda y, en todo caso, tratar con ellos de igual a igual. Y no se olvide otro hecho decisivo: Sánchez necesitaba la abstención de los de Iglesias, pero también de los nacionalistas y soberanistas de variado pelaje.
     Una vez consumado el fracaso de Sánchez, la mejor opción era dejar vía libre a un gobierno encabezado por el ganador de las elecciones. El líder socialista debería haber adoptado esta decisión por patriotismo, por sentido de estado,  o por la ética de la responsabilidad frente a la ética de los valores morales. Y tendría que habérselo explicado a sus militantes y electores. ¿Recuerdan a Felipe González y al resto de dirigentes socialistas explicando a los ciudadanos españoles por qué había que votar sí a la OTAN cuando ellos habían prometido que pedirían el no?  Aquello sucedió hace más de 30 años y ya se sabe cuán frágil tenemos la memoria. El caso es que los socialistas y el resto de fuerzas parlamentarias se aferraron a su no al PP y fuimos a las elecciones de junio. Quizás el Secretario General del PSOE confiaba en que los electores premiaran el meritorio intento que había compartido con Ciudadanos. Pero no sucedió nada de esto: el Partido Popular, que tenía una ventaja de 33 escaños frente al PSOE, consiguió incrementarla hasta 52. El mensaje emanado de las urnas tenía tres aspectos evidentes: el electorado no aprobaba los intentos de descabalgar al PP a toda costa, el electorado seguía apostando por el pacto y el entendimiento entre las fuerzas políticas y el electorado prefería rotundamente que en ese pacto y ese entendimiento estuviera incluido el PP.

     Pero después de las elecciones de junio, los dirigentes socialistas, en lugar de aceptar con humildad e inteligencia le mensaje salido de las urnas, han llevado su negativa a cualquier entendimiento con los populares hasta el extremo de votar no a un candidato que ya había conseguido el apoyo expreso de 170 diputados, al borde de la mayoría absoluta.  El empecinamiento va incluso más allá y ya hemos sabido que Sánchez va a comunicar  al Comité Federal del próximo día 1 su propósito de hacer un nuevo intento. Esta vez no puede contar con Ciudadanos, así que lo va a intentar con Podemos  y con los partidos nacionalistas e independentistas.

     Es prácticamente imposible que el Comité Federal pueda cambiar el rumbo trazado por Sánchez, y el Partido Socialista se enfrenta al peligro de sufrir uno de los peores estallidos internos de toda su larga historia. Un estallido mucho peor que el de 1979, cuando Felipe González renunció a la Secretaría General por el asunto del marxismo en los estatutos del partido. Para evitar ese peligro, al menos a corto plazo, es probable que del Comité Federal salga un inestable equilibrio de fuerzas basado en el no a Rajoy y  no a un gobierno con los nacionalistas. Esto nos coloca directamente en la recta final hacia unas nuevas elecciones, porque en marzo no fue posible un gobierno con Ciudadanos apoyado desde fuera por Podemos y ahora no será posible un gobierno con Podemos apoyado desde fuera por Ciudadanos. Siempre queda la posibilidad de que ocurra algo inesperado, pero treinta días después del Comité Federal se acabará el plazo para investir a un jefe de gobierno y empezará a correr el tiempo para una nueva cita con las urnas. Vamos a tener mucho tiempo para reflexionar sobre si vale la pena o no cumplir una vez más con nuestro deber de ciudadanos libres.
 

lunes, 5 de septiembre de 2016

PATRIOTISMO, MORALIDAD Y PRAGMATISMO

Queridos lectores de Zulema Digital: después de las vacaciones de verano, vino el debate de investidura en el que sucedió lo que se había anunciado. Rajoy fracasó, aunque lo cierto es que se quedó a tan solo seis votos de la mayoría absoluta. Otros antes que él - entre ellos el añorado Suárez - gobernaron con menos votos a favor. Aquí os ofrezco el artículo publicado en Alcalá Hoy después de la segunda votación de investidura.



Desde hace tiempo se nos agotaron las palabras para describir lo que está pasando en España desde las elecciones de diciembre del año pasado. En el último debate se habló mucho de fidelidad a los principios, de cumplir las promesas hechas a los electores, de moralidad, regeneración y nuevas políticas más pegadas a las necesidades de la gente. Pero a la hora de la verdad se cometió una de las mayores indecencias que ha sufrido la democracia española en las últimas décadas. La  indecencia de empeñarse en decir no a un candidato que había logrado reunir el apoyo explícito de 170 diputados, a tan solo seis de la mayoría absoluta. La indecencia de colocar al país entero ante la perspectiva de unas nuevas elecciones, sin que se pueda tener en absoluto la certeza de que esa nueva convocatoria resolvería de una vez por todas la cuestión.

     Difícilmente los constituyentes del 78 habrían podido imaginar que algún día  llegaríamos a padecer un bloqueo como el actual. Si lo hubieran sospechado, quizá habrían establecido para la elección del jefe de gobierno un procedimiento similar al establecido para la elección del presidente del congreso: en urna y con papeleta secreta y no por llamamiento nominal y voto de viva voz. No podemos estar seguros, pero es muy probable que en las votaciones de los pasados miércoles y viernes habría salido un resultado favorable al candidato si el voto hubiera sido secreto. En las circunstancias actuales, dado el sectarismo radical en que ha caído la política española, cualquier diputado que se salga del carril marcado por la dirección del partido se juega su carrera política. Y no es fácil que el espíritu patriótico de hacerle un favor a la ciudadanía pueda  pesar más que el deseo de conservar el escaño.

     La política es el arte de hacer posible lo necesario, y de hacerlo con los mimbres de que uno dispone en cada momento, no es el mundo de los imperativos morales llevados hasta el extremo del martirio o el suicidio. El país necesita un gobierno, no puede estar repitiendo las elecciones indefinidamente,  y si no se dispone de una alternativa viable, hay que dejar que gobierne quien ha obtenido un respaldo mayoritario, aunque esa mayoría no sea una mayoría absoluta. Así de simple.

     Resultó un tanto patético el llamamiento de Pedro Sánchez a las “fuerzas del cambio” para elaborar esa posible alternativa, intento que ya fracasó tras las elecciones de diciembre y que volverá a fracasar ahora posiblemente antes de nacer. A lo mejor es verdad que lo más adecuado para España en esta hora sería un gobierno apoyado por PSOE, Podemos y Ciudadanos (dos manifiestos de políticos y ciudadanos destacados en diferentes campos se han publicado durante las últimas semanas en este sentido) pero los partidos de Iglesias y Rivera se han apresurado a declararse incompatibles. Y para completar el cuadro, los nacionalistas, que dieron su voto a Aznar en el año 2000 cuando no los necesitaba para nada, ahora plantean exigencias exorbitantes a cambio de una mera abstención. Por eso cabe hablar de indecencia  para calificar lo ocurrido en el Congreso la semana pasada.


     Lo más grave del bloqueo  que padecemos desde diciembre es la excelente oportunidad que está dejando pasar el Partido Socialista para imponer o pactar algunas reformas que redundarían en beneficio de toda la ciudadanía. Reformas en sanidad, en educación, en pensiones, en derechos laborales y libertades públicas, etc. La estrella de todas ellas es esa reforma de la Constitución que el PSOE viene defendiendo desde hace años y con la que podría resolverse, según su criterio, el conflicto territorial que nos incordia. Es muy dudoso que cualquier reforma imaginable que pudiera pactarse fuera suficiente para dar satisfacción a unos partidos nacionalistas aferrados a sus exigencias extremas. Pero en todo caso, ¿con quién creen los dirigentes socialistas que deberían negociar esa reforma? ¿Acaso no comprenden que sin el PP la posible reforma es simplemente inviable? 
     El PSOE tuvo en su mano la posibilidad de dar luz verde a la formación de gobierno tras las elecciones de diciembre. No lo hizo y salió perjudicado seis meses después. Podemos tuvo en su mano la posibilidad de liquidar la etapa de Rajoy y dar luz verde a un gobierno socialista con el que habría podido pactar desde su fortísima representación parlamentaria. No lo hicieron y ni ellos ni la gente que tanto invocan ganaron nada. Cabría exigir un poco de pragmatismo a las dos fuerzas de la izquierda española para aceptar que ni ellos ni la sociedad en su conjunto tienen nada que ganar con una nueva convocatoria a las urnas. También cabría pedir un gesto de patriotismo a Rajoy para que acepte retirarse a cambio de garantizar la elección de otro candidato del PP. Pero qué sentido tendría un sacrificio como ese cuando los propios socialistas han reiterado que su no es extensivo a cualquier candidato propuesto por los populares. Lo dicho, no hay palabras para calificar lo que está sucediendo ante nuestros asombrados ojos.