viernes, 26 de septiembre de 2014

LA COMPARECENCIA DE PUJOL ANTE EL PARLAMENTO CATALÁN: MUY IMPRESENTABLE

Con asombro creciente he seguido en directo la comparecencia de Jordi Pujol ante el Parlamento de Cataluña. Sinceramente esperaba una actitud un poco más humilde por parte del hombre de presidió la Generalitat durante 23 años y del que posteriormente hemos sabido que era un defraudador fiscal. Pujol ha vuelto a contar una historia que nadie puede creer, pero lo peor es que ha intentado dar lecciones morales a los demás. ¿Cómo puede permitirse hablar de respeto por las instituciones una persona que ha demostrado tan escaso respeto por las instituciones catalanas y españolas?

El expresidente de la Generalitat se ha encastillado en su relato fantasioso sobre aquella herencia procedente de su padre y se ha negado a responder a ninguna de las preguntas que le han formulado los portavoces de los grupos parlamentarios. Y no ha renunciado a la maniobra de envolverse en la bandera y de insistir en que todas las investigaciones que le afectan a él y a su familia no son más que un intento de destruir su obra de construcción de Cataluña y sus servicios prestados, primero en la lucha contra la dictadura franquista y después en el gobierno de Cataluña. En lugar de aclarar sus comportamientos impresentables, Pujol se ha dedicado a reñir a los portavoces de los grupos parlamentarios. Ya sólo queda la esperanza de que lo que Pujol no ha aclarado acabe aclarándose en los tribunales. Pujol ha demostrado que no es un hombre honorable y no sólo ha faltado el respeto a los portavoces de los grupos parlamentarios, sino que le ha faltado el respeto a toda la ciudadanía catalana y española.

viernes, 19 de septiembre de 2014

MI DISCURSO A LA NACIÓN CATALANA ( Y III )


Escribo estas líneas pocas horas después de conocer el resultado del referendum en Escocia y luego de repasar lo que escribí en las dos entradas anteriores que forman parte de este discurso. La reacción de los líderes que dirigen el proceso catalán ha sido ramplona y reiterativa: lo importante -han venido a decir- es que en Escocia han podido votar y nosotros queremos votar. Qué pesadez, queridos compatriotas catalanes, como si no llevárais casi cuarenta años votando en todo tipo de convocatorias electorales, incluido el referendum de 1978 en el que todos aprobamos el actual marco jurídico en que se desarrolla nuestra convivencia.

Pero quiero preguntaros una cosa: ¿Creéis que habría sido razonable ir a un proceso de secesión entre Escocia y el resto de Gran Bretaña en caso de que el resultado hubiera sido al revés y se hubiera impuesto el sí con un 54% de los votos? Pues yo os digo que no -y aquí apelo a vuestro proverbial pragmatismo, a ese acreditado seny que tanto os distingue-, no sería razonable un proceso de ruptura de esta magnitud sustentado en una mayoría tan exigua. Yo no sé en qué estaba pensando David Cameron, o en qué estaban pensando los miembros del Parlamento británico cuando aprobaron un referendum en estas condiciones. Porque lo mínimo que deberían haber exigido es que para negociar la separación primero tenía que haber una mayoría suficientemente cualificada. ¿De cuánto tendría que ser esa mayoría cualificada? En mi modesta opinión, no menos de dos tercios del total de votantes y no menos del 60-65% del total de la población.

Cabe recordar, por otra parte, que en Escocia se ha celebrado un referendum legal mientras que en Cataluña los dirigentes del llamado proceso soberanista pretenden convocar un referendum ilegal. Esos dirigentes y todos los ciudadanos catalanes tenéis un camino perfectamente legal a vuestra disposición: elaborar en el Parlamento de Cataluña una propuesta de reforma constitucional a fin de que sea reconocido en nuestro ordenamiento el derecho de autodeterminación o, como preferís llamarlo vosotros, el derecho a decidir. Esa propuesta sería debatida y aprobada o no en el Parlamento Español. En caso de ser aprobada, habría un referendum en Cataluña similar al celebrado en Escocia; y en caso de ser rechazada, tendríais que aceptar, con gran dolor de corazón por vuestra parte, que sois parte de España y que seguiríais siendo parte de España. Claro está que, si os dejáis embaucar suficientemente por los líderes del proceso, siempre tendréis a vuestra disposición la declaración unilateral de independencia y la insurección. En ese caso, tendríais que aceptar la idea de que, del mismo modo que vosotros podéis empecinaros en el derecho a decidir, el resto de españoles podemos empecinarnos en la defensa de la integridad territorial de eso que, un poco despectivamente, soléis llamar el Estado Español.

De nuevo vuelvo al pragmatismo y con esto termino mi discurso. Hay quien dice que los españoles tendríamos que esforzarnos más por seducir a Cataluña, por seduciros a vosotros, los ciudadanos de Cataluña. Sinceramente creo que los esfuerzos que hemos hecho merecen el calificativo de inhumanos. Hemos llegado al extremo de consentir que en vuestras escuelas, siendo como es la sociedad catalana una sociedad bilingüe, se trate al español casi peor que si fuera una lengua extranjera. En vuestros medios de comunicación públicos el español está prohibido, lo cual viene a ser lo mismo que hacía el Régimen franquista con el catalán. Pero vosotros, o quienes dirigen el proceso, seguís entregándoos cada día al deporte del agravio, pensáis que no os entendemos e incluso que muchos de nosotros vivimos a vuestra costa. Así que, llegados a este punto, creo que lo mejor para todos, vosotros y nosotros, es que nos comportemos como un matrimonio de conveniencia, que al parecer son los más sólidos que existen. Nos conviene soportarnos mutuamente, porque la alternativa, como en la época de la Guerra Fría, es aquello que se llamaba la destrucción mutua asegurada. Después de todo, a vosotros no os ha ido tan mal hasta la fecha presente y a nosotros nos encanta saber que cosas como la Costa Brava, el Parque Nacional de Aigües Tortes,y las ciudades de Tarragona, Lérida, Gerona y Barcelona son y seguirán siendo parte del territorio y del patrimonio histórico, cultural y sentimental de los españoles.