martes, 3 de junio de 2014

LA ABDICACIÓN DE JUAN CARLOS I : OPORTUNA E INTELIGENTE

El reinado de Juan Carlos De Borbón ha sido uno de los más largos de la historia de España. Y sin duda también uno de los mejores. Nadie se atreverá a poner en cuestión los grandes servicios que ha prestado al país, aunque la etapa final de su reinado se haya visto empañada por sus propios errores y por casos de corrupción, como el que afecta a su hija Cristina y su yerno Iñaki Urdangarín. Pero el balance global que hoy podemos hacer es extraordinario, impensable quizá en aquel lejano noviembre de 1975, cuando accedió a la Jefatura del Estado.

Don Juan Carlos demostró una gran inteligencia política al comprender que tenía una absoluta falta de legitimidad de origen, y que esa legitimidad tenía que ganársela con el ejercicio de su mandato. Comprendió que no había otro camino que el de incorporar a España al conjunto de las democracias occidentales. La democracia que hoy disfrutamos los españoles, equiparable en defectos y virtudes a cualquier otra, es obra del pueblo español. El deseo de libertad, de dejar atrás todo lo que había significado la dictadura del general Franco, era imparable. La democracia habría llegado antes o después, con Juan Carlos o sin él, pero el mérito indudable del nuevo Rey fue darse cuenta de todo esto y no convertirse en un obstáculo, sino todo lo contrario, un impulsor y un defensor del nuevo régimen surgido de las elecciones de 1977 y del referendum constitucional de 1978.

Casi cuarenta años después, este Rey enfermo y cansado, tocado en su ánimo por la caída de popularidad, sin fuerzas para afrontar los problemas que aquejan a la democracia y a todas las instituciones españolas, a mí me recuerda en cierto modo a aquel glorioso Carlos V que, sintiéndose viejo y enfermo, cansado de guerrear en todos los campos de batalla de Europa, decidió traspasar el peso de la Corona a su hijo Felipe para retirarse al Monasterio de Yuste. Don Juan Carlos le presta así un último y gran servicio a la democracia española, se lo presta también a la institución monárquica y hace honor a ese refrán tan castellano según el cual "una retirada a tiempo es una victoria".

Algunos han aprovechado el momento de la abdicación para pedir una referendum en el que decidamos si monarquía o república. Incluso han llegado a decir que se trata de optar entre "monarquía o democracia". No cabe mayor muestra de demagogia. ¿Acaso no son monarquías algunas de las mejores democracias del mundo? ¿Acaso olvidan que ese referendum que piden exige una reforma constitucional para la que no existe hoy por hoy el amplísimo consenso que tuvo la Constitución de 1.978? ¿O quizá lo que desearían, como tantas otras voces en nuestra baqueteada historia, es imponer una Constitución apoyada por media España contra la otra media? ¿Acaso es este el momento de embarcarnos en semejante aventura, de gastar nuestras energías en el debate de un posible proyecto de reforma constitucional cuando deberíamos dedicarlas a tratar de resolver los problemas que de verdad afectan a los ciudadanos en su vida cotidiana?

Y a la demagogia de los que sueñan con una República que supuestamente volvería a traernos el Paraíso Terrenal, se ha unido el oportunismo de los nacionalistas, siempre los nacionalistas, tratados con guante de seda por la democracia española y que no desperdician ocasión de plantear en voz alta el conocido y egoísta "qué hay de lo mío". Pero ya habrá ocasión de seguir hablando de la deslealtad absoluta de los nacionalistas hacia España y la democracia española. Estas líneas sólo querían ser un pequeño homenaje a un hombre de carne y hueso, posiblemente con más virtudes y menos defectos que la mayoría de nosotros, que ha sabido ganarse una página brillante de este país al que amamos, aun a sabiendas de que no es el mejor de los posibles.

P. D. Qué placer tan grande escribr esta "entrada" mientras me dejaba acariciar por la voz maravillosa de Ana Belén interpretando los versos del vasco Blas de Otero en "España, camisa blanca de mi esperanza".