martes, 21 de diciembre de 2010

EL RETRASO DE LA EDAD DE JUBILACIÓN Y LA TRANSPARENCIA DE LAS CUENTAS PÚBLICAS

En las horas previas a la puesta en marcha de los bombos que resolverán la jubilación de algunos he estado escribiendo estas reflexiones sobre el gran asunto que domina la actualidad de estos días. Admito que ZP puede tener más y mejor información que el común de los mortales, pero creo que él mismo se la quita con esa actitud tan inflexible y tan soberbia que ha adoptado en los últimos tiempos. No será esta, espero, mi última contribución al debate, queridos lectores de ZD.


“No os defraudaré”, les dijo muy solemnemente el Presidente del Gobierno a los miles de seguidores que le aclamaban y le gritaban “no nos falles ZP” en la madrileña calle de Ferraz después de su triunfo en las elecciones generales del 14 de marzo de 2004. Seis años y nueve meses después de aquella noche memorable, el mismo hombre que se mostraba tan seguro de que el poder no le iba a cambiar no se cansa ahora de repetir ahora que “sabe lo que tiene que hacer” y que lo va a hacer “le cueste lo que le cueste”. ¿Y quién o quiénes han convencido a ZP de lo que hay que hacer así se desplome la bóveda celeste sobre nuestras cabezas? Los mercados, que a fin de cuentas también sor personas, según acaba de revelarnos el señor Gobernador del Banco de España. Tan personas como los millones de votantes que llevaron a ZP en volandas hasta La Moncloa.
Así, pues, estamos en lo mismo de toda la vida: una lucha de clases sociales para decidir cómo se reparte la tarta disponible. Lo único lamentable, desde el punto de vista de los que auparon al actual jefe del Ejecutivo, es que este señor, cual Saulo caído del caballo, ha descubierto el camino de la salvación de la mano de los mercados y se muestra dispuesto a recorrerlo con la furia del converso. Pero somos muchos los que creemos que ese camino no es el de la salvación, sino el de la perdición. Somos muchos los que seguimos creyendo que las sociedades democráticas no pueden gobernarse con el rabillo del ojo puesto en los cambiantes caprichos de los mercados.
El anuncio de que el retraso de la edad de jubilación a los 67 años es innegociable, es una actitud tan caprichosa como aquellos 2500 euros por cada nuevo hijo que Rodríguez Zapatero sacó de la chistera en el fragor de un debate parlamentario o aquel descuento de 400 euros -hoy desaparecido- en la declaración del IRPF. Pero esto de ahora es más grave, muchísimo más grave, al menos por tres razones: porque probablemente es un medida innecesaria con la calculadora en la mano, porque es una agresión a los derechos de los trabajadores y porque rompe la tradición de hacer por consenso las reformas en nuestro sistema de protección social, tradición implantada con la firma del Pacto de Toledo.
Es perfectamente comprensible el enfado de los sindicatos al ver la cerrazón del Presidente del Gobierno, cuando la mayoría de los grupos parlamentarios, representantes de la soberanía nacional, se han negado a respaldar esa iniciativa del Ejecutivo y cuando los propios sindicatos han negociado y aceptado responsablemente en el pasado algunas reformas que también implicaban recortes y sacrificios, por ejemplo la ampliación del período de cálculo de las pensiones desde los 8 a los 15 años. Así que este segundo mandato de ZP cada vez se va pareciendo más al catastrófico segundo mandato de José María Aznar. Si Aznar se dejó seducir por el atlantismo de George Bush para embarcarnos en una especie de cruzada personal en la que nada teníamos que ganar, Rodríguez Zapatero se ha dejado seducir por los cantos de sirena de unos mercados, tras los cuáles puede que haya personas, como dice Miguel Ángel Fernández Ordóñez, pero lo que hay seguro son los intereses de unos sectores sociales que se van a ver beneficiados con los nuevos recortes.
¿Y quiénes son esos presuntos beneficiarios? Pues, por encima de todo, las entidades financieras, que son las principales culpables de la crisis actual y que, curiosamente, reciben oficialmente el título de “creadores de mercado” en sus tratos con el Tesoro público para asegurar la colocación de los títulos de deuda soberana. Cuanto más se le meta el miedo en el cuerpo al personal con recortes en las expectativas y derechos generados, con anuncios catastrofistas basados en proyecciones macroeconómicas y demográficas que luego se demuestran falsas, más acudirán como corderitos a suscribir planes de pensiones privados, como recomendó desvergonzadamente el anterior ministro de Trabajo. Ya a comienzos de los 90 muchos expertos “independientes” pronosticaban que para 2015, ó como mucho 2020, el sistema de pensiones habría entrado en quiebra; y ahora resulta que el porcentaje del PIB que dedicamos a pagar las pensiones es más o menos el mismo o incluso inferior al de entonces.
Más de ocho millones de españoles tienen actualmente una parte de sus ahorros invertida en el “corralito” de los fondos de pensiones. El volumen total de estos fondos supera los 80.000 millones de euros, de los cuales las entidades bancarias se quedan cada año unos 2.000 millones, en comisiones de gestión y depósito. Comisiones que aplican a rajatabla, tanto si hay ganancias como pérdidas. ¡Y lo más gracioso es que lo que hay son pérdidas!, al menos en términos reales. Yo invito a los lectores de ZD a que hagan un sencillo ejercicio: cojan la información que periódicamente les remite su banco y vean a cuánto asciende la suma total de aportaciones que llevan hechas, después comparen esa cifra con la de los derechos consolidados, es decir, con la cantidad que obtendrían a día de hoy si pudieran rescatar su plan de pensiones. Se van a llevar grandes y, en muchos casos, desagradables sorpresas. Después párense un momento a reflexionar sobre el sistema público de pensiones, que sigue teniendo superávit a pesar de los ocho millones y medio de pensionistas –más del doble que hace treinta años- y a pesar de que la cuantía media de la pensión es, en términos de poder adquisitivo, un 30 ó 40 por ciento superior a la de hace tres décadas.

jueves, 9 de diciembre de 2010

CRISIS DE LA DEUDA: VAMOS A CONTAR VERDADES

Estimados lectores de ZD: En vista de las cosas que le están pasando al Gobierno de ZP, a uno le dan ganas de preguntarse si no les habrá mirado un tuerto. Lo más crudo ha sido lo de los controladores, que como tantas cosas en esta España nuestra, viene de atrás, de muy atrás. El secuestro de cientos de miles de personas a manos de un puñado de privilegiados ha sido resuleto "manu militari", pero ¿qué pasará con esa emboscada permanente que parecer tendernos los "mercados"? Tratando de dar respuesta a esa pregunta, publiqué en días pasados un artículo en DIARIO DE ALCALÁ, cuyo texto someto ahora a vuestra consideración.


CRISIS DE LA DEUDA: VAMOS A CONTAR VERDADES

“La verdad es el único patriotismo exigible”, decía este papel en su editorial del jueves día 25 de noviembre. Se refería al “castigo” que está sufriendo la deuda española en los mercados financieros y, por alusiones, a la polémica entre el Gobierno y el PP por las dudas que sembró el portavoz popular sobre la veracidad de los datos estadísticos ofrecidos por el Ejecutivo. Terminaba el editorialista pidiendo “la verdad y nada más que la verdad” sobre las medidas quirúrgicas y dolorosas que hay que adoptar. Lo malo es que no hay una única verdad, sino muchas, y algunas están quedando ocultas o no se señalan con la debida contundencia.
La primera verdad es que estamos inmersos en una crisis de confianza (lo cual no deja de ser el pan de cada día en los mercados financieros) y algunos tratan de aprovecharla para imponer unos recortes sociales y laborales injustos y desproporcionados. En España, se han congelado las pensiones a pesar del superávit en la Seguridad Social y a pesar del famoso Fondo de Reserva (más de 65.000 millones en la actualidad) que habíamos constituido para hacer frente a los momentos de dificultad. En Irlanda se recorta el salario mínimo y se despide a miles de funcionarios a pesar de que el agujero en las cuentas públicas está ocasionado por la mala gestión de los bancos.
La segunda verdad –demostrable con un sencillo ejercicio aritmético- es que, a los precios actuales, comprar deuda alemana es perder dinero en términos reales, mientras que comprar deuda española puede ser rentable con un altísimo porcentaje de probabilidades. Pero aquí nos encontramos con otra verdad “colateral”: el miedo y las incertidumbres, que tienden a provocar los comportamientos que Alan Greespan definía como la “exhuberancia irracional de los mercados”.
La tercera verdad es que la llamada “prima de riesgo” ha subido hasta niveles récord, muy anteriores a la puesta en marcha del euro, pero no se está destacando suficientemente que ese incremento se debe tanto a la subida de la rentabilidad de los bonos españoles como a la caída de la rentabilidad que se exige a los alemanes.
La cuarta verdad es que la crisis actual se parece en muchos aspectos a la que sufrió hace veinte años el Sistema Monetario Europeo. Y se tiene la impresión de que las autoridades políticas y económicas de los países de la UE no están encontrando la forma adecuada de atajarla. De hecho, el modo en que se ha llevado a cabo el rescate de Irlanda ha dado una pista infalible a los especuladores. Ahora saben a ciencia cierta que, si consiguen llevar los precios de los títulos a un determinado nivel, se producirá la intervención europea, y esa intervención se traducirá en importantes ganancias. Sería interesante saber quién ha estado comprando y vendiendo deuda irlandesa mientras crecían desaforadamente las presiones sobre el Gobierno de la isla.
La actividad de los especuladores –todos lo somos o podemos serlo en mayor o menor medida- se basa en aprovechar a fondo los mecanismos del mercado. Y no se olvide que en el mercado cuentan tanto o más los factores psicológicos que los datos objetivos. ¿Qué están haciendo algunas autoridades para combatir o contrarrestar la manipulación evidente de esos mecanismos del mercado? Desde mi punto de vista, cuando menos están sembrando dudas sobre de parte de quién están. El señor Gobernador del Banco de España comparece públicamente para exigir más rapidez en el retraso de la edad de jubilación. Por el mismo precio, que es el sueldo que le pagamos entre todos los españoles, podría haber expuesto las razones por las que, a día de hoy, es más interesante invertir en deuda española o irlandesa que en deuda alemana. Y el señor Almunia, Vicepresidente de la Comisión Europea, no tiene reparos en echar un poco más de sal en la herida con sus comentarios sobre las dudas de los mercados acerca de España. ¿No podría haberse esforzado un poco en desviar las dudas hacia otro sitio? Cuán diferente es la actitud de estos dos señores de la observada por el Presidente del Banco de Santander, Emilio Botín, quien acaba de anunciar con todo lujo de detalles que ha invertido 15 millones de euros en títulos de la empresa que preside, justo cuando la cotización de esos títulos está cayendo un 33 por ciento en lo que llevamos de año. A eso se le llama emitir una señal de confianza, aunque por desgracia no todos estamos en condiciones de emitir señales tan poderosas.
La quinta verdad es que España ni está asfixiada por los intereses que tiene que pagar ni por el volumen total de su deuda, que es inferior a la alemana y a la media europea en relación con el PIB. Pero aquí nos topamos con una sexta verdad: ningún país puede sobrevivir si nadie le presta a precios razonables, del mismo modo que ningún banco puede sobrevivir si todos sus clientes retiran el dinero al mismo tiempo. A lo largo de todo este año, el Tesoro español ha estado colocando bonos a diez años a tipos de interés que no superaban el 4 por ciento. La Generalitat catalana acaba de completar con éxito una emisión al 4,75 (si bien es cierto que a plazo de un año). Y ninguno de los datos objetivos que estaba sobre la mesa ha variado sustancialmente, lo único que ha variado es la percepción psicológica de unos inversores que se han acostumbrado a operar con los títulos de presunta renta fija como si fueran de renta variable.
Después de tantas verdades, contemos al menos una mentira. Ya van diciendo por ahí algunos analistas que si la rentabilidad del bono español llega al 6 por ciento la situación será “insostenible”. ¿Insostenible por qué? ¿Porque lo dicen ellos o porque es una verdad revelada, como las Tablas de la Ley? La Vicepresidenta Económica no quiso entrar a este trapo en la rueda de prensa del Consejo de Ministros, pero según mis cálculos a ojo de buen cubero, esa posible subida podría suponer en 2011 un coste adicional para las arcas del Estado de unos 1.500 millones de euros. Evidentemente, habría que recortarlos de alguna otra partida, pero no parece que sea una cantidad como para echarse a temblar.
¿Cabe hacer una llamada al patriotismo? Yo creo que sí, del mismo modo que se hacen cuando un país se enfrenta a una guerra o a una grave amenaza exterior. Pero de momento se trata sólo de una llamada a la racionalidad, al cálculo aritmético puro y duro: con la deuda germana al 2,7 y la española al 5,3 es mucho más prometedora la orden de “comprar España”, que la de “vender España y comprar Alemania”. En poco tiempo sabremos si la racionalidad consigue vencer al miedo y a la especulación.

jueves, 2 de diciembre de 2010

MARCELINO CAMACHO Y LA "CATEDRAL DE BURGOS" DEL SINDICALISMO ESPAÑOL


Aunque sé que voy con mucho retraso, queridos lectores de ZD, aquí os ofrezco el texto que publiqué hace unos días en DIARIO DE ALCALÁ después de visitar la capilla ardiente del líder histórico de Comisiones Obreras.
En la tarde lluviosa del 29 de octubre, mientras esperaba en la cola para visitar la capilla ardiente de Marcelino Camacho, recordé la primera vez que vi las siglas de Comisiones Obreras. Estaban escritas con grandes letras rojas sobre el fondo blanco de un muro alcalaíno. Puede que fuera en el año 68 ó 69 del siglo pasado y, por supuesto, yo no tenía ni idea de lo que significaban. Pero la escena se quedó para siempre entre mis recuerdos, precisamente porque me pregunté qué querrían decir aquella C y aquella O repetidas.
Las Comisiones Obreras –nacidas de manera más o menos espontánea en la mina La Camocha- tenían ya casi una década de existencia y eran una creación de la clase trabajadora española para luchar por los derechos sindicales y las libertades democráticas. La levadura y armazón de aquel movimiento sociopolítico surgido en los grandes centros de trabajo eran los militantes comunistas, convencidos de que sólo la movilización de masas podía acelerar la caída de la dictadura, empeñados en aprovechar a fondo los resquicios que ofrecía el sindicato vertical para luchar por unas mejores condiciones de vida y de trabajo.
Uno de aquellos luchadores, el más carismático sin duda, era Camacho. Tenía todas las virtudes necesarias para hacerse merecedor del respeto, el cariño y la admiración de una sociedad entera, como se ha puesto de relieve con ocasión de su fallecimiento. Camacho era el símbolo, la punta de lanza, pero tras él estaba el esfuerzo y el sacrificio casi sobrehumanos que llevaban a cabo miles de anónimos militantes que aportaron cada uno su grano de arena para construir un edificio que Nicolás Sartorius –otra de las grandes cabezas del sindicato- definió un día como la “catedral de Burgos” del sindicalismo español.
Mientras contemplaba el féretro del dirigente desaparecido, recordé la asamblea clandestina, o semiclandestina, que celebramos unas ciento cincuenta personas en la iglesia parroquial del Santo Ángel. Era en la primavera de 1976 y se trataba de elegir a los tres representantes que nos correspondían a los alcalaínos en la Asamblea de Barcelona, en la que se decidió la constitución de Comisiones como sindicato y se eligió una Ejecutiva encabezada por Marcelino y en la que tenían un papel preponderante los dirigentes que habían sido encausados en el Proceso 1001 y acababan de salir de la cárcel. Asambleas como aquella del Santo Ángel se celebraron a cientos por todo el territorio nacional después de un largo invierno de movilizaciones contra el llamado Gobierno de Arias-Fraga. Aquellas movilizaciones dejaron claro de una vez por todas que los españoles nos merecíamos una democracia como la de nuestros vecinos europeos y no nos íbamos a conformar con menos.
Supongo que a Camacho, un hombre austero y generoso, militante comunista hasta el final de sus días, le habría gustado hacer extensivo el reconocimiento que le tributaba la sociedad española a todos los militantes que le acompañaron en la durísima lucha contra la dictadura. Pero qué paradojas y que ironías de la vida: algunos de los que se han apresurado a pronunciar grandes elogios hacia su persona desearían que no hubiera comités de empresa, que no hubiera sindicatos, que no existiera la negociación colectiva como derecho fundamental recogido en la Constitución, que no hubiera convenios, que no existiera el salario mínimo, que no hubiera tampoco otros derechos sociales y sindicales exigibles ante los tribunales.
¿Son válidos el ejemplo y la lección que nos ha dejado Camacho para los trabajadores de hoy y del futuro? En mi opinión, sí, aunque sepamos cuánto han cambiado las cosas, aunque la ética y el sacrificio altruista ya no sean las señas de identidad del sindicalismo realmente existente, aunque sepamos que el ideal comunista –que llevó a tantos a jugarse el bienestar personal y hasta la propia vida- ha sido un colosal fracaso histórico. Sigue teniendo sentido, como dijo Marcel Camacho, en el homenaje público de la Puerta de Alcalá, la lucha por la justicia y por la igualdad.
La contribución de Comisiones Obreras al establecimiento de la democracia en España ha sido inmensa. Su trayectoria hay que inscribirla en la historia de tantos otros sindicatos nacidos para luchar por un mundo mejor. Y, desde el punto de vista sindical, cuando decimos un mundo mejor lo que estamos diciendo es mejores salarios, más derechos y libertades, más protección contra el paro, la vejez y la enfermedad, jornadas de trabajo más cortas, más posibilidades de acceso a la educación y a la cultura, etc. En la economía global, los sindicatos tienen ante sí la tarea gigantesca de extender esos avances a todos los trabajadores del planeta. No es fácil, pero ese tiene que ser el norte que guíe su acción de cada día, porque si la globalización se deja únicamente a las reglas del mercado capitalista no avanzaremos hacia una vida mejor, sino que retrocederemos hacia una vida peor. Quizás sea esa la mejor lección que los trabajadores de hoy pueden extraer de la obra de Marcelino Camacho: que los sindicatos han sido una herramienta imprescindible para construir la sociedad más o menos decente que hoy disfrutamos, que sin ellos será imposible defender las conquistas sociales de los trabajadores y que en el futuro serán tan imprescindibles como siempre para extender esas conquistas a millones de trabajadores sometidos hoy a una explotación que nos avergüenza como seres humanos.