martes, 21 de diciembre de 2010

EL RETRASO DE LA EDAD DE JUBILACIÓN Y LA TRANSPARENCIA DE LAS CUENTAS PÚBLICAS

En las horas previas a la puesta en marcha de los bombos que resolverán la jubilación de algunos he estado escribiendo estas reflexiones sobre el gran asunto que domina la actualidad de estos días. Admito que ZP puede tener más y mejor información que el común de los mortales, pero creo que él mismo se la quita con esa actitud tan inflexible y tan soberbia que ha adoptado en los últimos tiempos. No será esta, espero, mi última contribución al debate, queridos lectores de ZD.


“No os defraudaré”, les dijo muy solemnemente el Presidente del Gobierno a los miles de seguidores que le aclamaban y le gritaban “no nos falles ZP” en la madrileña calle de Ferraz después de su triunfo en las elecciones generales del 14 de marzo de 2004. Seis años y nueve meses después de aquella noche memorable, el mismo hombre que se mostraba tan seguro de que el poder no le iba a cambiar no se cansa ahora de repetir ahora que “sabe lo que tiene que hacer” y que lo va a hacer “le cueste lo que le cueste”. ¿Y quién o quiénes han convencido a ZP de lo que hay que hacer así se desplome la bóveda celeste sobre nuestras cabezas? Los mercados, que a fin de cuentas también sor personas, según acaba de revelarnos el señor Gobernador del Banco de España. Tan personas como los millones de votantes que llevaron a ZP en volandas hasta La Moncloa.
Así, pues, estamos en lo mismo de toda la vida: una lucha de clases sociales para decidir cómo se reparte la tarta disponible. Lo único lamentable, desde el punto de vista de los que auparon al actual jefe del Ejecutivo, es que este señor, cual Saulo caído del caballo, ha descubierto el camino de la salvación de la mano de los mercados y se muestra dispuesto a recorrerlo con la furia del converso. Pero somos muchos los que creemos que ese camino no es el de la salvación, sino el de la perdición. Somos muchos los que seguimos creyendo que las sociedades democráticas no pueden gobernarse con el rabillo del ojo puesto en los cambiantes caprichos de los mercados.
El anuncio de que el retraso de la edad de jubilación a los 67 años es innegociable, es una actitud tan caprichosa como aquellos 2500 euros por cada nuevo hijo que Rodríguez Zapatero sacó de la chistera en el fragor de un debate parlamentario o aquel descuento de 400 euros -hoy desaparecido- en la declaración del IRPF. Pero esto de ahora es más grave, muchísimo más grave, al menos por tres razones: porque probablemente es un medida innecesaria con la calculadora en la mano, porque es una agresión a los derechos de los trabajadores y porque rompe la tradición de hacer por consenso las reformas en nuestro sistema de protección social, tradición implantada con la firma del Pacto de Toledo.
Es perfectamente comprensible el enfado de los sindicatos al ver la cerrazón del Presidente del Gobierno, cuando la mayoría de los grupos parlamentarios, representantes de la soberanía nacional, se han negado a respaldar esa iniciativa del Ejecutivo y cuando los propios sindicatos han negociado y aceptado responsablemente en el pasado algunas reformas que también implicaban recortes y sacrificios, por ejemplo la ampliación del período de cálculo de las pensiones desde los 8 a los 15 años. Así que este segundo mandato de ZP cada vez se va pareciendo más al catastrófico segundo mandato de José María Aznar. Si Aznar se dejó seducir por el atlantismo de George Bush para embarcarnos en una especie de cruzada personal en la que nada teníamos que ganar, Rodríguez Zapatero se ha dejado seducir por los cantos de sirena de unos mercados, tras los cuáles puede que haya personas, como dice Miguel Ángel Fernández Ordóñez, pero lo que hay seguro son los intereses de unos sectores sociales que se van a ver beneficiados con los nuevos recortes.
¿Y quiénes son esos presuntos beneficiarios? Pues, por encima de todo, las entidades financieras, que son las principales culpables de la crisis actual y que, curiosamente, reciben oficialmente el título de “creadores de mercado” en sus tratos con el Tesoro público para asegurar la colocación de los títulos de deuda soberana. Cuanto más se le meta el miedo en el cuerpo al personal con recortes en las expectativas y derechos generados, con anuncios catastrofistas basados en proyecciones macroeconómicas y demográficas que luego se demuestran falsas, más acudirán como corderitos a suscribir planes de pensiones privados, como recomendó desvergonzadamente el anterior ministro de Trabajo. Ya a comienzos de los 90 muchos expertos “independientes” pronosticaban que para 2015, ó como mucho 2020, el sistema de pensiones habría entrado en quiebra; y ahora resulta que el porcentaje del PIB que dedicamos a pagar las pensiones es más o menos el mismo o incluso inferior al de entonces.
Más de ocho millones de españoles tienen actualmente una parte de sus ahorros invertida en el “corralito” de los fondos de pensiones. El volumen total de estos fondos supera los 80.000 millones de euros, de los cuales las entidades bancarias se quedan cada año unos 2.000 millones, en comisiones de gestión y depósito. Comisiones que aplican a rajatabla, tanto si hay ganancias como pérdidas. ¡Y lo más gracioso es que lo que hay son pérdidas!, al menos en términos reales. Yo invito a los lectores de ZD a que hagan un sencillo ejercicio: cojan la información que periódicamente les remite su banco y vean a cuánto asciende la suma total de aportaciones que llevan hechas, después comparen esa cifra con la de los derechos consolidados, es decir, con la cantidad que obtendrían a día de hoy si pudieran rescatar su plan de pensiones. Se van a llevar grandes y, en muchos casos, desagradables sorpresas. Después párense un momento a reflexionar sobre el sistema público de pensiones, que sigue teniendo superávit a pesar de los ocho millones y medio de pensionistas –más del doble que hace treinta años- y a pesar de que la cuantía media de la pensión es, en términos de poder adquisitivo, un 30 ó 40 por ciento superior a la de hace tres décadas.

jueves, 9 de diciembre de 2010

CRISIS DE LA DEUDA: VAMOS A CONTAR VERDADES

Estimados lectores de ZD: En vista de las cosas que le están pasando al Gobierno de ZP, a uno le dan ganas de preguntarse si no les habrá mirado un tuerto. Lo más crudo ha sido lo de los controladores, que como tantas cosas en esta España nuestra, viene de atrás, de muy atrás. El secuestro de cientos de miles de personas a manos de un puñado de privilegiados ha sido resuleto "manu militari", pero ¿qué pasará con esa emboscada permanente que parecer tendernos los "mercados"? Tratando de dar respuesta a esa pregunta, publiqué en días pasados un artículo en DIARIO DE ALCALÁ, cuyo texto someto ahora a vuestra consideración.


CRISIS DE LA DEUDA: VAMOS A CONTAR VERDADES

“La verdad es el único patriotismo exigible”, decía este papel en su editorial del jueves día 25 de noviembre. Se refería al “castigo” que está sufriendo la deuda española en los mercados financieros y, por alusiones, a la polémica entre el Gobierno y el PP por las dudas que sembró el portavoz popular sobre la veracidad de los datos estadísticos ofrecidos por el Ejecutivo. Terminaba el editorialista pidiendo “la verdad y nada más que la verdad” sobre las medidas quirúrgicas y dolorosas que hay que adoptar. Lo malo es que no hay una única verdad, sino muchas, y algunas están quedando ocultas o no se señalan con la debida contundencia.
La primera verdad es que estamos inmersos en una crisis de confianza (lo cual no deja de ser el pan de cada día en los mercados financieros) y algunos tratan de aprovecharla para imponer unos recortes sociales y laborales injustos y desproporcionados. En España, se han congelado las pensiones a pesar del superávit en la Seguridad Social y a pesar del famoso Fondo de Reserva (más de 65.000 millones en la actualidad) que habíamos constituido para hacer frente a los momentos de dificultad. En Irlanda se recorta el salario mínimo y se despide a miles de funcionarios a pesar de que el agujero en las cuentas públicas está ocasionado por la mala gestión de los bancos.
La segunda verdad –demostrable con un sencillo ejercicio aritmético- es que, a los precios actuales, comprar deuda alemana es perder dinero en términos reales, mientras que comprar deuda española puede ser rentable con un altísimo porcentaje de probabilidades. Pero aquí nos encontramos con otra verdad “colateral”: el miedo y las incertidumbres, que tienden a provocar los comportamientos que Alan Greespan definía como la “exhuberancia irracional de los mercados”.
La tercera verdad es que la llamada “prima de riesgo” ha subido hasta niveles récord, muy anteriores a la puesta en marcha del euro, pero no se está destacando suficientemente que ese incremento se debe tanto a la subida de la rentabilidad de los bonos españoles como a la caída de la rentabilidad que se exige a los alemanes.
La cuarta verdad es que la crisis actual se parece en muchos aspectos a la que sufrió hace veinte años el Sistema Monetario Europeo. Y se tiene la impresión de que las autoridades políticas y económicas de los países de la UE no están encontrando la forma adecuada de atajarla. De hecho, el modo en que se ha llevado a cabo el rescate de Irlanda ha dado una pista infalible a los especuladores. Ahora saben a ciencia cierta que, si consiguen llevar los precios de los títulos a un determinado nivel, se producirá la intervención europea, y esa intervención se traducirá en importantes ganancias. Sería interesante saber quién ha estado comprando y vendiendo deuda irlandesa mientras crecían desaforadamente las presiones sobre el Gobierno de la isla.
La actividad de los especuladores –todos lo somos o podemos serlo en mayor o menor medida- se basa en aprovechar a fondo los mecanismos del mercado. Y no se olvide que en el mercado cuentan tanto o más los factores psicológicos que los datos objetivos. ¿Qué están haciendo algunas autoridades para combatir o contrarrestar la manipulación evidente de esos mecanismos del mercado? Desde mi punto de vista, cuando menos están sembrando dudas sobre de parte de quién están. El señor Gobernador del Banco de España comparece públicamente para exigir más rapidez en el retraso de la edad de jubilación. Por el mismo precio, que es el sueldo que le pagamos entre todos los españoles, podría haber expuesto las razones por las que, a día de hoy, es más interesante invertir en deuda española o irlandesa que en deuda alemana. Y el señor Almunia, Vicepresidente de la Comisión Europea, no tiene reparos en echar un poco más de sal en la herida con sus comentarios sobre las dudas de los mercados acerca de España. ¿No podría haberse esforzado un poco en desviar las dudas hacia otro sitio? Cuán diferente es la actitud de estos dos señores de la observada por el Presidente del Banco de Santander, Emilio Botín, quien acaba de anunciar con todo lujo de detalles que ha invertido 15 millones de euros en títulos de la empresa que preside, justo cuando la cotización de esos títulos está cayendo un 33 por ciento en lo que llevamos de año. A eso se le llama emitir una señal de confianza, aunque por desgracia no todos estamos en condiciones de emitir señales tan poderosas.
La quinta verdad es que España ni está asfixiada por los intereses que tiene que pagar ni por el volumen total de su deuda, que es inferior a la alemana y a la media europea en relación con el PIB. Pero aquí nos topamos con una sexta verdad: ningún país puede sobrevivir si nadie le presta a precios razonables, del mismo modo que ningún banco puede sobrevivir si todos sus clientes retiran el dinero al mismo tiempo. A lo largo de todo este año, el Tesoro español ha estado colocando bonos a diez años a tipos de interés que no superaban el 4 por ciento. La Generalitat catalana acaba de completar con éxito una emisión al 4,75 (si bien es cierto que a plazo de un año). Y ninguno de los datos objetivos que estaba sobre la mesa ha variado sustancialmente, lo único que ha variado es la percepción psicológica de unos inversores que se han acostumbrado a operar con los títulos de presunta renta fija como si fueran de renta variable.
Después de tantas verdades, contemos al menos una mentira. Ya van diciendo por ahí algunos analistas que si la rentabilidad del bono español llega al 6 por ciento la situación será “insostenible”. ¿Insostenible por qué? ¿Porque lo dicen ellos o porque es una verdad revelada, como las Tablas de la Ley? La Vicepresidenta Económica no quiso entrar a este trapo en la rueda de prensa del Consejo de Ministros, pero según mis cálculos a ojo de buen cubero, esa posible subida podría suponer en 2011 un coste adicional para las arcas del Estado de unos 1.500 millones de euros. Evidentemente, habría que recortarlos de alguna otra partida, pero no parece que sea una cantidad como para echarse a temblar.
¿Cabe hacer una llamada al patriotismo? Yo creo que sí, del mismo modo que se hacen cuando un país se enfrenta a una guerra o a una grave amenaza exterior. Pero de momento se trata sólo de una llamada a la racionalidad, al cálculo aritmético puro y duro: con la deuda germana al 2,7 y la española al 5,3 es mucho más prometedora la orden de “comprar España”, que la de “vender España y comprar Alemania”. En poco tiempo sabremos si la racionalidad consigue vencer al miedo y a la especulación.

jueves, 2 de diciembre de 2010

MARCELINO CAMACHO Y LA "CATEDRAL DE BURGOS" DEL SINDICALISMO ESPAÑOL


Aunque sé que voy con mucho retraso, queridos lectores de ZD, aquí os ofrezco el texto que publiqué hace unos días en DIARIO DE ALCALÁ después de visitar la capilla ardiente del líder histórico de Comisiones Obreras.
En la tarde lluviosa del 29 de octubre, mientras esperaba en la cola para visitar la capilla ardiente de Marcelino Camacho, recordé la primera vez que vi las siglas de Comisiones Obreras. Estaban escritas con grandes letras rojas sobre el fondo blanco de un muro alcalaíno. Puede que fuera en el año 68 ó 69 del siglo pasado y, por supuesto, yo no tenía ni idea de lo que significaban. Pero la escena se quedó para siempre entre mis recuerdos, precisamente porque me pregunté qué querrían decir aquella C y aquella O repetidas.
Las Comisiones Obreras –nacidas de manera más o menos espontánea en la mina La Camocha- tenían ya casi una década de existencia y eran una creación de la clase trabajadora española para luchar por los derechos sindicales y las libertades democráticas. La levadura y armazón de aquel movimiento sociopolítico surgido en los grandes centros de trabajo eran los militantes comunistas, convencidos de que sólo la movilización de masas podía acelerar la caída de la dictadura, empeñados en aprovechar a fondo los resquicios que ofrecía el sindicato vertical para luchar por unas mejores condiciones de vida y de trabajo.
Uno de aquellos luchadores, el más carismático sin duda, era Camacho. Tenía todas las virtudes necesarias para hacerse merecedor del respeto, el cariño y la admiración de una sociedad entera, como se ha puesto de relieve con ocasión de su fallecimiento. Camacho era el símbolo, la punta de lanza, pero tras él estaba el esfuerzo y el sacrificio casi sobrehumanos que llevaban a cabo miles de anónimos militantes que aportaron cada uno su grano de arena para construir un edificio que Nicolás Sartorius –otra de las grandes cabezas del sindicato- definió un día como la “catedral de Burgos” del sindicalismo español.
Mientras contemplaba el féretro del dirigente desaparecido, recordé la asamblea clandestina, o semiclandestina, que celebramos unas ciento cincuenta personas en la iglesia parroquial del Santo Ángel. Era en la primavera de 1976 y se trataba de elegir a los tres representantes que nos correspondían a los alcalaínos en la Asamblea de Barcelona, en la que se decidió la constitución de Comisiones como sindicato y se eligió una Ejecutiva encabezada por Marcelino y en la que tenían un papel preponderante los dirigentes que habían sido encausados en el Proceso 1001 y acababan de salir de la cárcel. Asambleas como aquella del Santo Ángel se celebraron a cientos por todo el territorio nacional después de un largo invierno de movilizaciones contra el llamado Gobierno de Arias-Fraga. Aquellas movilizaciones dejaron claro de una vez por todas que los españoles nos merecíamos una democracia como la de nuestros vecinos europeos y no nos íbamos a conformar con menos.
Supongo que a Camacho, un hombre austero y generoso, militante comunista hasta el final de sus días, le habría gustado hacer extensivo el reconocimiento que le tributaba la sociedad española a todos los militantes que le acompañaron en la durísima lucha contra la dictadura. Pero qué paradojas y que ironías de la vida: algunos de los que se han apresurado a pronunciar grandes elogios hacia su persona desearían que no hubiera comités de empresa, que no hubiera sindicatos, que no existiera la negociación colectiva como derecho fundamental recogido en la Constitución, que no hubiera convenios, que no existiera el salario mínimo, que no hubiera tampoco otros derechos sociales y sindicales exigibles ante los tribunales.
¿Son válidos el ejemplo y la lección que nos ha dejado Camacho para los trabajadores de hoy y del futuro? En mi opinión, sí, aunque sepamos cuánto han cambiado las cosas, aunque la ética y el sacrificio altruista ya no sean las señas de identidad del sindicalismo realmente existente, aunque sepamos que el ideal comunista –que llevó a tantos a jugarse el bienestar personal y hasta la propia vida- ha sido un colosal fracaso histórico. Sigue teniendo sentido, como dijo Marcel Camacho, en el homenaje público de la Puerta de Alcalá, la lucha por la justicia y por la igualdad.
La contribución de Comisiones Obreras al establecimiento de la democracia en España ha sido inmensa. Su trayectoria hay que inscribirla en la historia de tantos otros sindicatos nacidos para luchar por un mundo mejor. Y, desde el punto de vista sindical, cuando decimos un mundo mejor lo que estamos diciendo es mejores salarios, más derechos y libertades, más protección contra el paro, la vejez y la enfermedad, jornadas de trabajo más cortas, más posibilidades de acceso a la educación y a la cultura, etc. En la economía global, los sindicatos tienen ante sí la tarea gigantesca de extender esos avances a todos los trabajadores del planeta. No es fácil, pero ese tiene que ser el norte que guíe su acción de cada día, porque si la globalización se deja únicamente a las reglas del mercado capitalista no avanzaremos hacia una vida mejor, sino que retrocederemos hacia una vida peor. Quizás sea esa la mejor lección que los trabajadores de hoy pueden extraer de la obra de Marcelino Camacho: que los sindicatos han sido una herramienta imprescindible para construir la sociedad más o menos decente que hoy disfrutamos, que sin ellos será imposible defender las conquistas sociales de los trabajadores y que en el futuro serán tan imprescindibles como siempre para extender esas conquistas a millones de trabajadores sometidos hoy a una explotación que nos avergüenza como seres humanos.

viernes, 12 de noviembre de 2010

IRLANDA Y EL DÍA DEL JUICIO FINAL EN LOS MERCADOS

De nuevo retumban en los mercados financieros los tambores lejanos que anuncian días de llanto y crujir de dientes para los países periféricos de la zona euro. La “movida” actual tiene a Irlanda como principal protagonista ya que, según las previsiones, concluirá este ejercicio con un casi inimaginable déficit del 32% del PIB. Los expertos afirman que la situación presupuestaria del antiguo “dragón celta” es insostenible y que su Gobierno se verá obligado a pedir el auxilio del Fondo de Rescate Europeo y quizás también del FMI.
Lo curioso del caso es que el país tiene de momento dinero suficiente para hacer frente a los pagos de intereses y vencimientos de deuda, y no necesita captar nuevos fondos hasta mediados del próximo año. Pero los mercados, ay los mercados, tratan de anticiparse a lo que vendrá en el futuro, si es que viene. Nos encontramos así con una fuerte presión vendedora que ha hecho caer la cotización de los títulos ya emitidos por la República de Irlanda hasta situar la rentabilidad en un nivel récord desde la puesta en circulación del euro: el 8,6 frente al 2,4 anual que ofrece la deuda alemana. Téngase en cuenta que cotización en los mercados y rentabilidad se mueven en direcciones opuestas.
El miedo guarda la viña, decían nuestros abuelos. Y si hay un lugar común en los mercados es que el dinero es muy miedoso, lo más miedoso que existe. El miedo está inflando la burbuja del oro, como ha explicado brillantemente en su blog personal mi buen amigo José Morilla; y el miedo es la causa de que los inversores internacionales hayan caído en el comportamiento “antinatura” de comprar la deuda alemana a unos precios que, en la práctica, significan prestar el dinero gratis. Esto es una bendición para el Gobierno de Ángela Merkel y una desgracia para todos los demás, que indefectiblemente tienen que cargar con un sambenito llamado “diferencial con la deuda alemana en puntos básicos”.
No creo que entre los lectores de ZD haya muchos interesados en comprar deuda pública emitida por el Gobierno de Irlanda. Pero imaginemos que entre nosotros vive un patriota irlandés que, además de patriota, es ahorrador y está pensando en qué hacer con su dinero. Pongamos que dispone de la muy considerable cantidad de 100.000 euros. Puede que su cabeza de inversor, prudente y temerosa, le aconseje un traslado al refugio alemán. Pero su corazón le dirá, especialmente cuando va al pub a tomarse unas pintas y oye algunos cánticos que le traen el recuerdo de su tierra verde y brumosa, que si hace eso va a ayudar a los que están empujando a su país hacia el abismo.
Nuestro hombre vuelve a casa preso en un mar de dudas y decide resolverlas tirando de calculadora. Resulta que los títulos que su Gobierno colocó en el pasado con un interés nominal del 4% ofrecen ahora el 8,6%. Esto quiere decir que un bono a diez años, con un valor nominal de 1.000 euros, puede adquirirse en el mercado por unos 750 euros. A la vista de esos números, decide hacerle caso a su corazón de patriota y transmite a su banco la orden de invertir 50.000 euros en bonos del estado irlandés. Como todavía conserva un cierto grado de prudencia y además siente grandes simpatías por España, los otros 50.000 los coloca en un depósito a plazo de los que anuncian a bombo y platillo nuestras entidades financieras. Veamos ahora los dos posibles escenarios a los que se enfrentará nuestro irlandés ahorrador.
Si los temores agoreros de los mercados no se cumplen, este hombre sentirá que la felicidad habita en su casa. Sus 100.000 euros iniciales se habrán convertido, al cabo de 10 años, en unos 164.000 si opta por gastar los intereses en celebraciones en el pub con sus amigos; y en casi 200.000 si, más virtuosamente, opta por reinvertir los intereses para así disfrutar de las maravillosas vistas que ofrece a los ahorradores el interés compuesto.
En el segundo escenario se oyen de fondo las trompetas del Juicio Final. Irlanda, de acuerdo con los pronósticos más sombríos, ha caído en default, como dicen ahora los cronistas, es decir, ha suspendido pagos y está negociando con los mandamases del FMI y de la Comisión Europea los términos del plan de rescate y reestructuración de su deuda. Nuestro hombre, azotado por el desastre, aún tiene fe en que Irlanda, con la ayuda de San Patricio y de los riñones a la plancha del Bloomsday, seguirá siendo Irlanda por los siglos de los siglos. Consigue encontrar en el fondo de su corazón el coraje para no dejarse vencer por el miedo y transmite a su banco la orden de invertir los otros 50.000 euros en unos bonos que ahora están prácticamente regalados, quizás al 40% de su valor nominal o menos.
Una vez ejecutada la orden, nuestro héroe posee 191 bonos ( 66 de la primera inversión y 125 de la segunda) que le convierten en acreedor del Gobierno de Irlanda por una cantidad total de 267.400 euros en un plazo de 10 años: 76.400 de los intereses anuales a razón del 4% al que fueron emitidos los títulos y otros 191.000 de la amortización. Naturalmente los técnicos del FMI y de la Comisión Europea, y sobre todo los “halcones” del Bundesbank, exigirán que el acuerdo para el rescate y la reestructuración de la deuda se haga con una quita sustancial, quizás del 50% o más del valor nominal de los títulos. Pero el Gobierno de Irlanda estará deseoso de recuperar cuanto antes la confianza de los mercados y exigirá que le dejen hacer honor a sus compromisos de pago. En este tira y afloja, lo más probable es que la quita no vaya más allá del 40%, lo cual quiere decir que los bonos se amortizarán a 600 euros. Nuestro inversor habrá visto recompensada la fe en su país con la obtención de unos 191.000 euros entre intereses y amortización, que tampoco está nada mal en términos de rentabilidad anual.
Nótese que en cualquiera de los dos escenarios, el optimista y el catastrófico, con los precios actuales a nuestro irlandés le sale más rentable prestarle el dinero a su propio país que prestárselo a Alemania, aunque en el transcurso de todo el episodio es probable que haya pasado alguna noche sin dormir. De todo lo cual podemos extraer algunas conclusiones.
La primera, que los mercados exageran en su valoración del riesgo país, como exageran en los bandazos que dan con la renta variable. La segunda, que no conviene dejarse arrastrar por el miedo ni por los titulares alarmistas de los medios de comunicación. La tercera, que quien dispone de una buena reserva de liquidez y de valor para jugársela en el momento oportuno es el dueño y señor del juego y puede obtener grandes beneficios cuando llegan las épocas de fuertes turbulencias. Y la cuarta, que España no es Irlanda (ni tampoco Portugal o Grecia), pero si un día llegara a serlo, lancémonos al ruedo y que Dios reparta suerte.

martes, 2 de noviembre de 2010

LAS RECETAS BASURA DEL PIQUETERO GDF

Como todo el mundo sabe, analizar el pasado es muchísimo más fácil que predecir el futuro. Los repetidos fracasos de la ciencia económica en el intento de conocer con antelación lo que va a suceder a medio o largo plazo han inspirado una definición poco caritativa de los profesionales que se dedican a esta rama del saber. Según esta definición, los economistas son unos sabios que primero pronostican cuál será el comportamiento del sistema productivo y después explican por qué no ocurrió lo que pronosticaron.
Ahora seguimos inmersos en lo peor de una crisis cuya magnitud muy poquitos vieron venir, una crisis de salida más que incierta y en relación con la cual resulta más arriesgado que nunca hacer pronósticos de futuro. Una prueba de la desorientación general son las recientes palabras del Presidente de la Reserva Federal norteamericana, Ben Bernanke, para quien “los tipos de interés al 0 por ciento resultan demasiado altos”. Pero en medio de ese desconcierto, algunos no sólo no se arredran, sino que se atreven a ofrecer recetas merecedoras de grandes titulares en los medios de comunicación. “De la crisis se sale –ha dicho en días pasados el todavía Presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán- trabajando más y, desgraciadamente, cobrando menos”.
Quiero creer que semejantes palabras habrán reducido un poco más el número de españoles que estarían dispuestos a comprarle un coche de segunda mano al señor Díaz Ferrán. De hecho, los propios vicepresidentes de la patronal no parecen confiar mucho en él y le han convencido para que convoque elecciones. Estamos ante unas palabras que por sí mismas retratan la calidad de la gestión empresarial que es capaz de llevar a cabo el Presidente de la CEOE, gestión coronada en los últimos tiempos por "éxitos" tan clamorosos como el de Air Comet o el de Viajes Marsans. Entre las respuestas que se dieron al líder de la patronal destacó por su sensatez la de José Manuel González Páramo, miembro del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo: “no tenemos que trabajar más, sino trabajar mejor y ser más productivos”.
¿En qué consiste trabajar mejor? Esa podría ser, como se dice en el lenguaje de la calle, la pregunta del millón. Pero yo supongo que trabajar mejor consiste en organizar la producción y el tiempo que dedicamos a la actividad laboral de tal modo que consigamos ser más eficientes. Esa mayor eficiencia –ligada siempre a los avances tecnológicos- debería llevarnos a mantener nuestro nivel de vida o incluso a mejorarlo dedicando a ese objetivo menos horas de trabajo y disponiendo por tanto de más tiempo para el ocio, para la vida familiar y el cultivo de la propia persona.
Es verdad, según las estadísticas, que España es una de las economías desarrolladas que más competitividad (esa palabreja) ha perdido en los últimos años. Por ejemplo, en relación con Alemania ya hemos perdido un 25 por ciento al parecer. Pero resulta que los alemanes, en promedio, tienen unas jornadas anuales bastante inferiores a las españolas. Y el problema no está en los salarios que, como ya escribí antes de la huelga del 29-S, vienen perdiendo poder adquisitivo a razón de más de un punto por año desde hace bastantes años. La pelota –el problema- está en el tejado de los que tienen competencias para decidir cómo se organiza la producción, cuánto se invierte en nuevas tecnologías o nuevas infraestructuras, etc. Es decir, el problema está en el tejado de la clase empresarial y del Gobierno, porque la clase trabajadora no para de aportar nuevos sacrificios, el mayor de los cuales son los más de cuatro millones de desempleados.
Una propuesta como la de Díaz Ferrán –llevada a sus últimas consecuencias- nos retrotraería a la época de la revolución industrial. Una propuesta tan primaria, tosca y poco tecnificada nos ayudaría sin duda a ser más competitivos (como lo éramos hace más de medio siglo y por eso venían a instalarse aquí las multinacionales). ¿Pero cuál sería el precio? ¿De nuevo la vuelta a jornadas de trabajo de 16 horas diarias siete días a la semana, la supresión de las vacaciones pagadas y las pagas extra, la desaparición del salario mínimo, la anulación de los convenios? El hasta ahora líder de la patronal representa una corriente de pensamiento que desearía basar la competencia por ganar o mantener cuotas de mercado en una explotación creciente de la mano de obra. Una corriente contraria a lo que ha sido el sentido del progreso (al menos en Europa) durante los últimos siglos. Y en esa corriente contraria al sentido del progreso hay que inscribir, por desgracia, la reciente reforma laboral impulsada por el Gobierno de Rodríguez Zapatero, una reforma que ha erosionado gravemente el derecho constitucional a la negociación colectiva.
Desde mi punto de vista, una de las claves de la crisis actual y de la llamada globalización es la excesiva duración de las jornadas laborales. Esto genera un exceso de capacidad productiva que no hay forma de colocar entre los consumidores, y de ahí surgen las tensiones por las cuotas de mercado, tensiones que en el pasado desembocaron en guerras varias y que ahora mismo se están concentrando en la guerra de divisas que llevan a cabo los principales países del G-20. No es la primera vez en la historia económica que los países intentan derivar sus crisis hacia otros mediante la devaluación más o menos artificial de sus monedas. Y como ha ocurrido otras veces en el pasado, sólo un salto gigantesco en los niveles de consumo (o las necesidades de reconstrucción después de una guerra) permitirían que la maquinaria productiva global funcionase a pleno rendimiento y volviera a perfilarse en nuestro horizonte la posibilidad de conseguir el pleno empleo. El problema es que ahora sabemos que el incremento continuado del consumo mundial nos coloca frente a un desafío aún mayor que la crisis: el propio equilibrio ecológico del planeta y a más largo plazo la propia supervivencia de la especie humana.
Quizá deberíamos hacer un esfuerzo por sustituir la filosofía de la competitividad por la filosofía de la eficiencia. La primera nos lleva a un callejón sin salida en el que cada uno quiere mejorar su cuota cuando la tarta global no puede crecer lo suficiente para dar satisfacción a todos. La segunda nos abre un horizonte (utópico, si se quiere) en el que sería perfectamente posible mantener los niveles actuales de bienestar reduciendo progresivamente el tiempo de trabajo necesario para conseguirlo. Dicho en términos comerciales, la cuestión de fondo es si vamos a importar desde Europa las condiciones de explotación y miseria que se dan en otras partes del mundo o vamos a exportar al resto del planeta los avances sociales conseguidos en el Viejo Continente durante el último siglo.

lunes, 25 de octubre de 2010

RUBALCABA Y LA COMUNICACIÓN (O LA ESPERANZA DEL NUEVO GOBIERNO ZP)

La remodelación del Gobierno llevada a cabo por José Luis Rodríguez Zapatero me recuerda la que efectuó José María Aznar a medidados de 2002. Los medios de comunicación, que yo sepa, no han hecho mucho hincapié en este paralelismo y supongo que a los propios militantes y dirigentes socialistas nos les gustará mucho que les mencionen este parecido, pero el hecho es que existe. En primer lugar, porque el cambio de ministros se lleva a cabo después de una huelga general; y en segundo lugar, porque los cambios suponen la incorporación al Ejecutivo de aquellos "pesos pesados" con los que el Presidente quiere afrontar lo que le queda de legislatura.
El gran triunfador de la crisis de gobierno es Alfredo Pérez Rubalcaba, el hombre que dirigió la exitosa campaña de Rodríguez Zapatero hacia La Moncloa, el último superviviente de los gobiernos que presidió Felipe González. No sé si los lectores de ZD saben que Rubalcaba fue atleta en su juventud. Era velocista y llegó a correr los 100 metros lisos en una marca de 10,3 segundos. Pero en la política es un incombustible corredor de fondo, como esos políticos italianos que retornan una y otra vez a los puestos de mando.
Desde la Vicepresidencia Política, el Ministerio del Interior y la Portavocía del Gobierno, Rubalcaba acumula más poder que ningún otro ministro en los más de treinta años que llevamos de régimen democrático. Literalmente, Rodríguez Zapatero, se ha puesto en sus manos para que dirija las operaciones con vistas a las elecciones de 2012. ¿Será Rubalcaba capaz de elaborar los mensajes políticos que necesita ZP para darle la vuelta a las encuestas? Yo creo que sí elaborará esos mensajes, pero lo tiene muy difícil, porque su jefe ha cometido el peor de los errores, que es traicionar a su electorado. El desafío para él es apasionante y para quienes somos aficionados a seguir los acontecimientos de la vida pública se abre un periodo muy estimulante y puede que también muy divertido.

miércoles, 6 de octubre de 2010

FORRADOS DE ORO

Era costumbre antigua en España la de colocarse uno o varios dientes de oro como signo externo e indiscutible de riqueza y prosperidad. Con el paso del tiempo, sin embargo, el metal precioso ha perdido todo atractivo estético para el arreglo de dentaduras, pero sigue conservando todo su poderío como uno de los instrumentos predilectos para materializar o acumular la riqueza, especialmente cuando llegan las épocas de crisis. Un material que ha sido la medida de todas las cosas a lo largo de la historia universal. Relativamente fácil de extraer y fabricar, fácil de contar y de almacenar: pensándolo bien, resulta asombrosos el parecido entre un lingote y un ladrillo. Y hasta podríamos lanzarnos a especulaciones sobre qué se inventó primero, si los lingotes o los ladrillos.

Como estamos en época de crisis (también en época de capitales que buscan desesperadamente un lugar seguro y a resguardo de las miradas del fisco) el oro vuelve por sus fueros como valor refugio. Los “chiringuitos” dedicados a la compra de joyas, en los que invariablemente se ofrece pago al contado y en efectivo, han florecido como las setas. No habíamos visto cosa igual desde la época en que eclosionaron los videoclubes. Los telediarios han contado que ya hay quien ha instalado máquinas expendedoras para vender onzas de oro como quien vende chocolatinas.

Pero cuidado: no es oro todo lo que reluce. A los precios actuales (más de 1.300 dólares por onza) invertir en esta codiciadísima materia prima puede ser un ejercicio de alto riesgo, incluso ruinoso si las cosas vienen mal dadas. Con toda seguridad estamos ante una nueva burbuja especulativa (la burbuja perfecta, la ha llamado alguien) que puede estallar en cualquier momento. Mucho me temo que esté pasando lo mismo que cuando llegan los “rallies” alcistas en la Bolsa: cuando los índices marcan cada día nuevos récords y “roban” minutos en los telediarios, el final está peligrosamente cerca.

Los expertos recomiendan no invertir en oro físico, sino en fondos que utilizan la cotización de este material como activo subyacente. En todo caso, cualquiera que esté pensando en comprar participaciones de un fondo o acercarse a la máquina expendedora, debería darle un par de vueltas a los datos que caracterizan la situación actual. Desde 2002, según hemos podido conocer muertos de envidia por los que compraron a tiempo, el metal dorado ha multiplicado por cinco su valor. Eso significa que hace ocho años cotizaba a unos 260 dólares la onza. Pero resulta que hace treinta años, hacia 1980, se vivió otro episodio de fiebre especulativa que llevó la cotización a más de 800 dólares por onza. De modo que el precio actual puede tener aún un cierto recorrido alcista, pero el riesgo de “pillarse los dedos” y quedar atrapado durante un largo período de tiempo es muy elevado. Entre 1980 y 2002 la caída de precios fue de nada menos que el 67,5 por ciento. Y añádase a esa caída la inflación acumulada entre las dos fechas.
Otras inversiones son capaces de ofrecer rendimientos alternativos: si uno compra, por ejemplo, obras de arte, puede deleitarse contemplando su belleza en el salón de su casa; si compra bonos o acciones, puede ir recuperando parte del dinero invertido por la vía de los intereses o los dividendos; y si compra un apartamento en la playa o en la montaña, puede alquilarlo o disfrutar de cuando en cuando unos días de vacaciones. Pero el oro no se alquila y no tiene más utilidad que la de dejar pasar el tiempo a la espera de que otro esté dispuesto a comprarlo a un precio más elevado. Y no es imaginable que un inversor vaya cada día a la caja fuerte de su banco para pasarse un par de horitas sacando brillo a los lingotes. El oro es la quintaesencia de las inversiones con fines exclusivamente especulativos.

Puestos a atesorar en activos físicos, casi resultan más recomendables los billetes de 500 euros. Un lingote de 1 kilo viene a costar unos 32.500 euros. Ese mismo dinero, en los polémicos billetes morados, no llega ni a 100 gramos: mucho más portátil y, hasta cierto punto, más seguro como refugio. Porque la inflación deteriora poco a poco el valor de los billetes, pero el estallido de la burbuja puede llevarse de la noche a la mañana, como un viento huracanado, una gran parte del valor de los lingotes.

lunes, 27 de septiembre de 2010

¿ESTÁ JUSTIFICADA LA HUELGA GENERAL?

En las últimas semanas, a medida que se acercaba la fecha elegida para la protesta contra la última reforma laboral, hemos asistido a una intensa campaña de desprestigio contra los sindicatos españoles. Si nos tomáramos en serio lo que se ha escrito en algunos medios, deberíamos reclamar la urgente reforma de la Constitución para prohibir su existencia, puesto que al parecer se comportan como auténticas sabandijas que viven de chuparle la sangre al erario público y a sus propios representados.
La Presidenta de la Comunidad de Madrid ha cogido al vuelo la oportunidad de convertirse en la punta de lanza de esa campaña de desprestigio y no ha dudado en poner sobre la mesa el problema de los “liberados” sindicales como cortina de humo para ocultar otros problemas y otras actuaciones suyas que le hacen mucho más daño a la deseable cohesión social. Algunos medios han jaleado las intenciones de Aguirre asegurando que los 70 millones de euros que “cuestan” los “liberados” son “inasumibles”. Qué paradoja tan grande: no nos podemos permitir lo que nos “cuestan” los delegados sindicales, pero sí nos podemos permitir en cambio lo miles de millones que nos “cuesta” la demagógica supresión del Impuesto de Sucesiones. ¿Qué es más dañino para la igualdad y la cohesión social en Madrid: la existencia de 3.500 “liberados” sindicales o los “regalos” fiscales de la señora Aguirre a los más ricos de la región? Quizá vale la pena hacerse esa pregunta antes de decidir nuestra opinión sobre la huelga general que los sindicatos intentan sacar adelante.

Vale la pena también recordar algunos datos para subrayar el contexto socioeconómico en que se produce la convocatoria sindical. En el año 1995, según el Instituto Nacional de Estadística, el salario medio por trabajador en España se situaba en 2,789 millones de pesetas, que vienen a ser unos 16.800 euros en números redondos. Para mantener su poder adquisitivo, el salario medio tendría que haber sido el año pasado (último con datos disponibles) de unos 24.600 euros, pero se quedó en sólo 22.000. Es decir, que los asalariados españoles durante los últimos tres lustros han perdido poder adquisitivo a razón de casi un punto porcentual por año. Aunque las estadísticas siempre son manipulables, tengo la impresión de que en este caso no hacen otra cosa que confirmar la opinión generalizada que uno puede palpar en la calle. De hecho, la participación de los salarios en el reparto de la renta nacional ha caído unos cinco puntos en los últimos diez años y actualmente apenas supera el 45 por ciento.

A pesar de estos datos, las organizaciones empresariales y sus aliados no han dejado de culpar a los “altos costes laborales” por el aumento del desempleo y la presunta pérdida de “competitividad” de la economía española en el exterior. No han dejado de insistir en la necesidad de una reforma laboral que, en sus labios, sólo significaba más facilidades para el despido, indemnizaciones más baratas, más libertad para “descolgarse” de los convenios, etc. En resumen, menos obstáculos para explotar a la mano de obra asalariada y recomponer la tasa de ganancia de la clase empresarial.

El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero –en un giro copernicano respecto de todas las promesas que había venido haciendo- ha tratado de dar satisfacción a las exigencias empresariales con la reforma que el Boletín Oficial del Estado ha publicado el día 18 de los corrientes. Como es lógico, la clase empresarial se muestra descontenta e insiste machaconamente en que la reforma es “insuficiente”. Porque lo que desearía la patronal española es disponer de una clase trabajadora sometida a las mismas condiciones de explotación extrema que hoy se dan en China: jornadas laborales de sol a sol, ausencia total de derechos políticos y sindicales, inexistencia de todo atisbo de negociación colectiva, aparatos del Estado siempre listos para reprimir cualquier protesta.

¿Qué podían hacer los sindicatos? Puede que la convocatoria del día 29 acabe siendo un fracaso, pero la resignación era y es un suicidio. Estamos ante el más grave recorte de derechos laborales sufrido por los trabajadores españoles desde la época de la Transición, un recorte que afecta incluso a un derecho constitucional como es el de la negociación colectiva. Pero, aun así, puede que la convocatoria sea un fracaso: quizá por miedo, quizá porque hoy en día pesa más la idea que nos hacemos de nosotros mismos como ciudadanos y como consumidores que como asalariados. Nos hemos vuelto muy consumistas y nos da pavor la sola idea de ver cómo nos descuentan un día de salario en las nóminas. En los próximos días, además, crecerá hasta hacerse ensordecedor el coro de voces invocando el sacrosanto derecho de acudir al trabajo cuando no se quiere hacer huelga. Somos de memoria frágil y ya no recordamos que todos y cada uno de los derechos laborales y sindicales que hoy existen se han conseguido tras pagar un alto precio en luchas y sufrimientos. De modo que si la huelga fracasa, o no se consigue reformar la reforma, el fracaso no será de los sindicatos –que a fin de cuentas no son otra cosa que la clase trabajadora organizada para defender sus derechos-. Será el fracaso de millones de personas –unas con empleo y otras en paro- que van a ver cómo empeoran sus condiciones de vida y de trabajo
Queridos

miércoles, 15 de septiembre de 2010

HAWKING Y LA CREACIÓN DEL MUNDO

Queridos lectores de ZD, aquí os ofrezco el texto de un reciente comentario que publiqué en Diario de Alcalá, inspirado por la noticia sobre el último libro publicado por el gran científico británico. Creo que el asunto está de actualidad, después de lo que hemos podido ver en los medios de comunicación sobre anuncios de quemas de coranes y otras calamidades que las religiones provocan sobre la faz de la Tierra. Intento ser respetuoso, pero no oculto la escasa consideración que me merecen las creencias religiosas.
Puede que alguno de ustedes no lo recuerde, pero en la primavera de 1966, antes de proclamarse campeón de Europa por sexta vez, el Real Madrid se cruzó con el Inter de Milán en semifinales. Aquello me tuvo muy deprimido durante muchos días. Como el Papa es el representante de Dios en la Tierra, y dada su condición de italiano –razonaba yo para mis adentros-, lo más seguro es que en sus oraciones interceda a favor del Inter y la eliminación del Madrid es cosa hecha. Para colmo, nosotros mismos, con nuestras humildes plegarias íbamos a contribuir a la presentida eliminación, puesto que cada día, en el transcurso de la misa, rogábamos al Altísimo por “las intenciones del Papa”.
Consulté mis temores con el más descollante aficionado local, capaz de recitar de memoria todas las alineaciones de los equipos de primera, y me dijo que, en efecto, la derrota de los madridistas era más que probable, pero no por la intercesión del Papa, sino por la intervención de un gallego llamado Luis Suárez, del que yo no había oído hablar en mi vida. Realmente, aquella fue una temporada de no muy grato recuerdo. Lo de menos era el miedo por la suerte de aquel Madrid al que llamaban “el equipo ye-yé”. Mucho peor era la obsesión que me asaltaba cada atardecer sobre el peligro de morir en pecado mortal, con el consiguiente castigo de irme derechito al Infierno a arder por toda la eternidad (¿ustedes han pensado alguna vez en las dimensiones de la eternidad?).
Estaba clarísimo -¿cómo dudar de una cosa tan evidente?- que los buenos se iban al Cielo y los malos al Infierno. ¿Pero cuál era aquella fina línea divisoria, aquel estrecho ojo de la aguja, que marcaba los destinos de unos y otros por toda la eternidad? ¿Cómo distinguir entre un pecado mortal y otro venial? Yo trataba de ser bueno, pero a veces perdía la cabeza y lo mismo le robaba las nueces a una vecina que me iba a por la espinilla de un rival con toda la intención del mundo…
Me costó unas cuantas primaveras más llegar a la conclusión de que nuestra religión católica, aun siendo la verdadera, no dejaba de ser un cuento chino, como todas las demás. Un cuento de terror muy apropiado para mantener sojuzgadas a las gentes de mentalidad infantil. Un cuento increíble que jamás podría ser aceptado por ninguna mente adulta, a pesar de esa misteriosa necesidad que siente el ser humano de creer en la existencia de un ser superior que lo ha creado todo. Debo confesar que me sentí muy reconfortado cuando descubrí el pensamiento de algunos filósofos, según los cuales “los hombres no son una creación de Dios, sino que Dios es una creación de los hombres”.
Uno de estos filósofos que niegan en redondo la existencia de Dios es el británico Stephen Hawking, quien publica estos días un nuevo libro –The Grand Design- coincidiendo con la visita del Papa al Reino Unido. Hawking es un hombre que sufre gravísimas limitaciones físicas, pero posee una de las grandes inteligencias de nuestro tiempo. Inteligencia privilegiada que le había llevado en el pasado a ser muy prudente en cuanto a la presunta incompatibilidad entre ciencia y religión, porque una cosa es llegar al convencimiento de que Dios –o el Gran Arquitecto, como queramos llamarlo- no existe, y otra bien distinta es demostrarlo científicamente.
Así que Hawking se ha tomado su tiempo antes de sostener negro sobre blanco, como hace ahora, que Dios no es el creador del Universo, afirmación que muy probablemente tendrá algo que ver con la necesaria promoción comercial de su libro. Pero ojalá sirva no tanto para provocar el regocijo en la exigua militancia atea como para sembrar la duda y la reflexión en las muy nutridas filas de la militancia religiosa. Porque lo más terrible de las religiones, lo más terrible de ese Dios creado por los humanos, es que sigue teniendo sojuzgada, en un estadio infantil, la mente de una buena parte de la humanidad. Lo más terrible es que en muchas partes del planeta hay millones de hombres que matan, o están dispuestos a matar, a otros hombres creyendo que cumplen un mandato divino.

viernes, 3 de septiembre de 2010

PRIMARIAS EN EL PSOE DE MADRID: HACIA UNA MISIÓN IMPOSIBLE

Hace quince años la izquierda perdió el gobierno de la Comunidad de Madrid. Estuvo muy cerca de recuperarlo en 2003, pero una conspiración de ramificaciones nunca del todo desveladas –el “Tamayazo”- lo impidió.
Ahora estamos casi a las puertas de un nuevo proceso electoral y los máximos dirigentes del PSOE –en realidad, Rodríguez Zapatero en consulta exclusiva con su almohada y sus encuestas- creyeron haber encontrado un mirlo blanco en la persona de Trinidad Jiménez. La Ministra de Sanidad puede que lo haya hecho bien como titular de un departamento ministerial tan importante, pero lo hizo bastante mal como candidata a la Alcaldía de Madrid frente a un “peso pesado” como Ruíz Gallardón.
En mi modesta opinión, Jiménez sigue sin resolver sus carencias políticas de fondo. El otro día, según los medios de comunicación, se negó a un debate público con su rival alegando que “Bono y Zapatero nunca tuvieron un debate público cuando se enfrentaron en unas primarias”. Puede que sus palabras fueran mal interpretadas o mal recogidas en las crónicas, pero esa frase, por sí misma, demuestra el barullo mental al que suele se propensa esta mujer de insobornable vocación política. Porque, primero, Zapatero y Bono nunca se enfrentaron en unas primarias, sino en un congreso del partido convocado para elegir nueva dirección; y, segundo, sí que protagonizaron un debate público cuando hubieron de defender sus propias candidaturas ante los delegados. Confundir un congreso con unas primarias es grave, tan grave como creer que un partido es una maquinaria electoral que puede gobernarse a base de encuestas e intuiciones o caprichos del líder indiscutible.
A Tomás Gómez, el hombre que ha tenido el coraje o la ambición de obedecer a su propio instinto en lugar de dejarse manejar como un muñeco por su mentor, podría aplicársele una de las famosas “leyes de Murphy”: que todos tendemos a ir subiendo hacia nuestro propio nivel de incompetencia. En general, la gente que hace bien su trabajo –al parecer Gómez lo hacía bien como alcalde de Parla- acaba siendo recompensada con un ascenso en la escala jerárquica de su organización. Gómez pasó de alcalde a Secretario General del Partido Socialista de Madrid por voluntad soberana del Secretario General del PSOE y de los militantes madrileños. Y ahí se topó de pronto el joven alcalde con su nivel de incompetencia. En primer lugar, porque no era diputado regional y esto dificultaba sobremanera su confrontación con Esperanza Aguirre; y, en segundo lugar, porque la ultraliberal Aguirre resulta poco menos que imbatible, dada su popularidad y la contundencia de su discurso.
Tomás Gómez no logrado consolidarse como una alternativa creíble al poder del PP en la CAM, pero se había ganado el derecho a competir con Aguirre y el empeño de Rodríguez Zapatero por apartarlo de la carrera electoral, con argumentos impresentables, es una cacicada. Pero el problema de la izquierda en Madrid no es una cuestión de candidatos, es una cuestión de sociología. Y el más esclarecido de los aspirantes posibles –Alfredo Pérez Rubalcaba- lo ha comprendido con tanta nitidez, que dijo rotundamente no cuando algunos alcaldes fueron a sondearlo.
La prosperidad económica de las últimas décadas ha propiciado un fuerte crecimiento de la clase media y las capas sociales más acomodadas. Tres cuartas partes de la población ocupada están en el sector servicios y eso significa la paulatina desaparición de la clase trabajadora. Incluso los que objetivamente pertenecen a esta clase social, que era el vivero tradicional de votos para la izquierda, tienden a considerarse a sí mismos como miembros de la jaleada, cortejada, castigada y deseada clase media. Y cuanto más crece el sentimiento de pertenecer a una clase más elevada, más crece la aversión a las políticas de igualdad y solidaridad que podría impulsar la izquierda.
A mí no me cabe ninguna duda de que las políticas de Aguirre –las que practica y las que practicará- provocan un aumento de las desigualdades sociales. Pero la mayoría sociológica de Madrid respalda esas políticas en las urnas, quizá porque piensan que ellos no estarán del lado de los perjudicados o porque la izquierda no ha sabido encontrar el discurso adecuado para contrarrestar el avance de la fe liberal. El caso es que estamos muy lejos de aquellas cómodas mayorías izquierdistas que permitieron a Joaquín Leguina gobernar la Comunidad de Madrid durante tres lustros.
Y así llegamos a la conclusión de la misión imposible a la que van a enfrentarse Gómez o Jiménez: ni cada uno por su cuenta ni unidos tienen la capacidad de arrastre necesaria para desbancar a Aguirre. Tendría que ocurrir algo extraordinario que provocase un voto de castigo hacia la Presidenta de la CAM, pero no parece que vaya a caer esa breva.

viernes, 20 de agosto de 2010

MAL SI GASTAMOS, PERO PEOR AÚN SI AHORRAMOS

Queridos lectores: Una nueva entrada con la economía como fuente de inspiración, después de varias semanas en que tuve que atender otros reclamos más urgentes.


La última y exitosa colocación de letras por parte del Tesoro español ha sido recibida casi con alborozo en ciertos ámbitos políticos y económicos. Dado que los responsables de la hacienda pública han logrado colocar todo lo que querían a una tasa del 1,89 por ciento, se supone que el aliento de ese monstruo insaciable al que llamamos “mercados” está alejándose de nuestros cogotes.
Pero nunca llueve a gusto de todos y, a pesar del éxito rotundo, algunos medios informativos han calificado la citada tasa como “muy elevada”. Una afirmación que produce asombro y perplejidad, porque ese interés anual del 1,89 está bastante lejos de lo que sería necesario para compensar a los ahorradores por el mordisco de la inflación contra el poder adquisitivo de su dinero. En efecto, la primera y fundamental preocupación de alguien que decide no gastar y ahorrar una parte de sus ingresos es guarecerse del alza de los precios, tan amenazante siempre como un mal nublado. Esta búsqueda de un refugio seguro es una de las razones que alimentaron la burbuja inmobiliaria y puede que esté también en el origen del espectacular florecimiento que están experimentando los chiringuitos dedicados a la compraventa de oro.
La deuda pública ha sido tradicionalmente un refugio bastante seguro y rentable, pero en vista de las últimas subastas del Tesoro la pregunta que cabe hacerse es la siguiente: ¿Es siquiera imaginable que alguien le preste un servicio a alguien a cambio de una retribución que, en la práctica, signifique perder dinero? Pues justamente eso es lo que les está ocurriendo hoy en día a los ahorradores que le prestan dinero al Estado español. Quizá debiéramos recompensarles concediéndoles el título de benefactores sociales, puesto que prestarle a la hacienda pública viene a ser como prestarle al conjunto de la sociedad.
Diez mil euros invertidos en letras a un año generan un rendimiento bruto de 189 euros, que se quedan en 153,09 después de liquidar el impuesto sobre los beneficios del capital. Pero resulta que esos diez mil euros, al cabo de un año, se han convertido, por causa y efecto de la inflación, en algo menos de 9.800. De modo que nuestro ahorrador/benefactor sufre un deterioro de cuando menos 50 euros en el valor real de su patrimonio.
¿Qué podemos hacer? ¿Deberíamos comportarnos como la cigarra de la fábula famosa? Si quieren que les diga la verdad, no tengo respuesta porque no soy economista y sólo me limito a señalar un dato objetivo: hace años comprar letras del Tesoro era un negocio aceptable, pero a día de hoy es una ruina. Puede que siga siendo una opción muy rentable para las entidades financieras, que manejan un dinero que no es suyo y por el que no pagan nada a los depositantes, pero no para el ciudadano de a pie.
Algo hay que ahorrar, supongo, pese a todo. Pero no demasiado, porque entonces se agravará la crisis por falta de demanda, según nos advierten los entendidos. Pensando en todo esto, uno llega a la conclusión de que la actividad económica es casi tan mortal como la vida misma. Mortal y muy delicada: si le subimos la temperatura a base de consumo, se gripa como un viejo motor sin lubricante; pero si le aplicamos el refrigerante del ahorro acaba constipándose como alguien demasiado expuesto a las corrientes de aire acondicionado.

El acuerdo general es que la maquinaria necesita una cierta temperatura, un cierto nivel de inflación, para funcionar adecuadamente, aunque el incremento de los precios se coma una parte de nuestros patrimonios. Pensándolo bien, los que de verdad se merecen el título de benefactores sociales son los esforzados emprendedores del gremio de la hostelería. Hace nueve años, antes de la puesta en circulación del euro, nos servían una caña por 125 pesetas. Ahora, la misma cantidad de nuestro refrigerante favorito nos cuesta unos 2 euros, lo cual significa una subida del 165 por ciento. No hagan la cuenta de cuánto han subido los salarios en el mismo periodo: se van a sentir tan deprimidos como si hubiéramos caído en las fauces de ese otro monstruo al que llamamos deflación.

P. D. Quiero decirle al amigo Palmiro, que me envió un comentario a la entrada anterior, que no he leído "El crash de 2010". A ver si tengo tiempo para hacerlo, aunque soy un lector bastante vago y muy lento.

jueves, 24 de junio de 2010

¿EL ESTADO DEL BIENESTAR YA NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA?

Queridos lectores de Zulema Digital: después de muchos días de ausencia,os ofrezco hoy el texto de un artículo que publiqué estos días de atrás en "Diario de Alcalá". Vivimos tan malos tiempos para la lírica que hasta el programa con el que se edita este blog parece haber sufrido recortes: Ahora no me ofrece la posibilidad de variar el tamaño de las letras y tampoco me deja escribir las negritas con que solía iniciar cada párrafo. Puede que todo sea consecuencia de una pura torpeza mía. Bueno, en todo caso creo que el texto que escribí tiene al menos la virtud de la oportunidad.
Una de las afirmaciones favoritas de los partidarios del ajuste fiscal a machamartillo es que la crisis nos ha hecho a todos más pobres después de haber vivido, cual pecadores empedernidos, “por encima de nuestras posibilidades”. Lo han defendido en estas mismas páginas algunas de las cabezas alcalaínas mejor amuebladas: el Director de Diario de Alcalá y los Catedráticos Manuel Peinado y José Morilla.
Es muy posible que lleven razón, pero en ese caso habría que hacer el esfuerzo de identificar con más precisión a los culpables, aunque sólo sea por evitar en lo posible que, como nos advierte la sabiduría popular, acaben pagando justos por pecadores. ¿Acaso han vivido por encima de sus posibilidades los cinco o seis millones de pensionistas que van a ver congeladas sus pensiones? No parece que pueda afirmarse tal cosa en vista del superávit que la Seguridad Social venía presentando a lo largo de los últimos ejercicios, superávit que permitió acumular en el Fondo de Reserva (la famosa “hucha de las pensiones”) una cantidad que a día de hoy debe de rondar los 65.000 millones de euros.
Otra cosa distinta es que el sistema público de pensiones, como un gran transatlántico que se dirige a puerto, necesite una vigilancia permanente y ciertas correcciones para no desviarse del rumbo trazado. Para eso se creó el Pacto de Toledo, cuyos principios fundacionales están en las antípodas de la actual política consistente en adoptar medidas a la desesperada.
¿Han vivido por encima de sus posibilidades las Administraciones Públicas? Puede que sí, pero no debemos olvidar una cosa: es esencial que el Estado, como agente económico poderosísimo que es, actúe un poco a la contra del ciclo. Es decir, el Estado debe gastar e invertir más cuando el sector privado cae en la atonía o la depresión y ahorrar en los periodos de bonanza. Esta máxima, con su teoría del equilibrio a lo largo del ciclo, la aplicó con singular maestría Pedro Solbes durante los dos periodos en que estuvo al frente del Ministerio de Economía. Esa claridad de ideas y firmeza en el manejo del timón nos llevó a reducir nuestra deuda pública a menos del 40 por ciento del PIB y a conseguir al menos un par de ejercicios con superávit presupuestario.
Es verdad que ahora sufrimos un déficit altísimo y un nivel de deuda que crece rápidamente, aunque todavía estamos lejos –y esto no lo destaca casi nadie- del nivel de deuda que teníamos cuando se pactó el plan para poner en marcha la moneda única. Por tanto, yo creo que el Reino de España puede hacer frente sin demasiados apuros a los mayores compromisos de pago que se derivan de ambas cosas. Téngase en cuenta que los dos grandes motivos del aumento del déficit han sido la caída de ingresos provocada por la crisis y el aumento del gasto en protección a los desempleados. ¿Deberíamos acaso cortar o eliminar esa ayuda a la parte de la población más castigada por el batacazo en la actividad económica?
Insisto, pues, en que el Reino de España, con los datos objetivos en la mano, puede pagar los gastos adicionales que conlleva el mayor nivel de endeudamiento. Aportaré un par de datos: en la última subasta de Letras del Tesoro el tipo de interés quedó establecido en el 1,69 por ciento; y en la última de Bonos a tres años se situó en el 3,39 por ciento. Si además tenemos en cuenta que estamos en una inflación interanual de casi el 2 por ciento, se imponen dos conclusiones: la primera, que la confianza en la solvencia de España es mucho mayor de la que están pregonando ciertas instituciones y ciertos medios de comunicación demasiado proclives al catastrofismo; y la segunda, que en el sistema financiero hay liquidez sobrada para sostener las actuales emisiones de deuda pública.
¿Cuál es el problema de fondo, entonces? A mi juicio, el problema de fondo aquí y ahora, y aun teniendo en cuenta la necesidad de reformas a largo plazo, es el comportamiento caprichoso de los mercados y el fundamentalismo enloquecido en que han caído algunos dirigentes europeos y mundiales. Un ejemplo palmario de ese fundamentalismo es la propuesta –asumida por el PP en España- de prohibir por ley la existencia de déficit público, que viene a ser algo así como si a los ciudadanos nos prohibieran por ley comprar a plazos los bienes que necesitamos para nuestra vida cotidiana.
Veamos, por otra parte, el caso de Alemania. Tiene más deuda que España (aunque menos déficit), pero, como es Alemania y como en el sistema financiero hay dinero de sobra, los inversores parecen dispuestos a financiarle esa deuda prácticamente gratis. Ese es el resultado de la consigna generalizada de “vender España y comprar Alemania”. Y en este contexto ¿qué sentido tiene que un país sin acuciantes problemas de deuda ni de déficit, y que además obtiene financiación casi gratis, anuncie unos drásticos recortes presupuestarios que nos hundirán a todos un poco más en el pozo de la recesión? Sólo el sentido de “enviar señales” a los mercados, es decir, lo mismo que hacían nuestros antepasados en la noche de los tiempos: sacrificios propiciatorios para calmar la ira y recuperar la confianza de los dioses.
Otro problema de fondo es que la izquierda política –Rodríguez Zapatero en España-, en lugar de atarse al mástil de la tradición socialdemócrata, se ha dejado engatusar, arrebatar o asustar por los cantos de los fundamentalistas. Estos últimos actúan con el viento a favor, porque llevan escrita en sus genes ideológicos la consigna de “más mercado y menos Estado”, de modo que se sienten muy cómodos dejando que sean los mercados, y no los representantes de la soberanía nacional, los que marquen el ritmo de los ajustes necesarios.
Lo que la izquierda política parece haber olvidado es que a los mercados hay que regularlos, vigilarlos, combatirlos y, llegado el caso, maniatarlos, puesto que a veces se salen de madre y no muestran en su comportamiento más cordura que la de los locos de atar. Plegarse a las exigencias fundamentalistas y tratar de “calmar a los mercados” a base de recortar los salarios y eliminar los derechos sociales es renunciar a las ideas y principios esenciales que han inspirado el proyecto socialdemócrata a lo largo de todo el Siglo XX. Y es aceptar la gran mentira que tratan de vendernos: que todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.
Algunos pensadores señalaron hace dos décadas que el siglo anterior se había acabado con la caída del Muro de Berlín; e incluso pronosticaron que esa caída se llevaría por delante no sólo a todo el bloque de países comunistas, sino también al proyecto socialista o socialdemócrata en todo el mundo. A lo peor es cierto que esa sombría profecía se está cumpliendo, que nos estamos quedando sin izquierda política, que ya no tenemos grandes líderes de masas capaces de ( o dispuestos a ) subir a las tribunas públicas para recordarnos lo mismo que la alemana Rosa Luxemburgo: socialismo o barbarie, compañeros.

domingo, 16 de mayo de 2010

SACRIFICIOS INJUSTOS EN ARAS DE UN DIOS CAPRICHOSO Y CRUEL

¿Quién gobierna hoy nuestros países? ¿Los gobiernan los Ejecutivos que los ciudadanos elegimos en uso de la soberanía nacional o los gobiernan los mercados? He aquí una pregunta que, en estos días de tribulaciones financieras, no se está formulando, a mi entender, con la necesaria energía. Los medios de comunicación, los tertulianos, los expertos y algunas autoridades se dedican con mucha fruición a explicarnos los graves errores que nos han llevado a la actual situación. También se emplean a fondo en contarnos con todo detalle cómo debería ser la música neoliberal que el sacrosanto mercado está deseoso de escuchar. Tenemos que hacer estos sacrificios, recortar aquellos derechos, reducir los salarios y prestaciones sociales –nos dicen-. Pero casi nadie parece atreverse a dar un puñetazo sobre la mesa y preguntar en voz alta si es razonable o no que se adopten ciertas medidas sólo porque necesitamos calmar a la “manada de lobos”, como la definió uno de los participantes en el último Consejo Europeo.
El Vicepresidente de la Comisión Europea, Joaquín Almunia, decía hace unos días que “ningún país puede hacer oídos sordos a los mensajes que le llegan del mercado”. Esa parece una opinión juiciosa, pero una cosa es no hacer oídos sordos y otra bien distinta es dejarnos arrastrar a la histeria en que ha caído esa moderna deidad llamada “el mercado”, cuyo comportamiento se nos antoja igual de cruel y caprichoso que el de los dioses antiguos. La Alcaldesa de Lille, hija de uno de los padres más queridos de la actual Unión Europea, ha dicho que, lamentablemente, siempre hay medidas para salvar a las Bolsas, pero nunca para salvar a los pueblos.
Justamente eso que denuncia Martine Aubry es lo que está ocurriendo hoy con los pueblos de Grecia, de Irlanda, de Portugal y España. ¿Y por qué? Porque desde ciertos “templos” y ciertas “biblias”- donde los sumos sacerdotes del dios enfurecido predican a machamartillo la fe neoliberal- no se ha parado de alimentar la opinión de que esos países, llamados despectivamente “cerdos” por sus siglas en inglés, no podrían hacer frente a los pagos derivados de su abultada deuda pública. Es verdad que las autoridades griegas, por ejemplo, han cometido graves pecados en relación con sus cifras de deuda y déficit público. ¿Pero justifica eso un castigo tan irracional como depreciar los títulos de la deuda griega a corto plazo en más de un 75%? Caídas de esa magnitud no las vimos ni siquiera con los títulos privados de renta variable en el otoño de 2008, cuando el sistema financiero mundial pareció al borde del abismo.
No sé si al señor Obama le gusta dedicar una parte de su tiempo libre a invertir en la Bolsa y en los mercados de deuda. Pero ¿a quién ha beneficiado que la oficina de prensa de la Casa Blanca se apresurase a comunicar al mundo que el Presidente de los Estados Unidos había llamado al señor Rodríguez Zapatero para pedirle “medidas resolutivas”? Al pueblo español, desde luego no.

Es verdad que Rodríguez Zapatero se ha comportado con demasiada alegría y demasiado electoralismo en su manejo de las cuentas públicas, pero veamos algunas cifras de manera objetiva, sin dejarnos asustar por el aullido de los lobos. España tiene hoy una deuda pública que ronda el 55% del PIB. En ese punto concreto estamos mejor incluso que Alemania, ese paraíso de los ortodoxos de la política monetaria que no dudaron en pedir una flexibilización del Pacto de Estabilidad cuando la digestión de los lander del Este se les hizo demasiado pesada. Nuestro déficit público, como consecuencia de la fortísima caída de ingresos y del aumento del paro, ha alcanzado cifras muy altas, pero no ingobernables. Naturalmente, la deuda acumulada va a crecer y eso nos obliga a una política de austeridad, una política que nos permita retornar a unas cifras de déficit inferiores al 3% del PIB. El pago de los intereses representa aproximadamente el 10% del presupuesto del Estado, pero hace veinte años los intereses representaban casi el 20% del presupuesto y nadie se dedicó entonces a especular sistemáticamente sobre nuestra hipotética insolvencia o bancarrota.
Veamos algunas cifras más. Los últimos datos del INE sitúan la inflación interanual en el 1,5. Pese a ello, a lo largo de los últimos meses, o años, nuestro Tesoro Público ha estado colocando en el mercado Letras con una rentabilidad inferior al 1%. ¿Es esto razonable? Evidentemente no, porque lo lógico es que el ahorrador/inversor obtenga una rentabilidad positiva, aunque los responsables de la Hacienda pública hacen muy bien en aprovecharse de las coyunturas favorables para obtener financiación barata. Históricamente, sin embargo, la rentabilidad de las Letras del Tesoro y de los Bonos a medio y largo plazo se ha situado dos o tres puntos por encima de la inflación anual. Y si esto es así, ¿qué sentido tiene el grito en el cielo que han puesto algunos por el hecho de que, en la última subasta, el Tesoro haya tenido que aceptar tipos de interés cercanos al 3% para poder colocar una emisión de títulos a corto plazo?
Por culpa de la crisis, todos los países occidentales están acumulando importantes niveles de deuda y esto, inevitablemente, se va a traducir en unos mayores costes de financiación. Costes que, como ocurrió en el pasado, se abonarán religiosamente, porque ningún país quiere perder su fiabilidad. Pero lo que no es de recibo es que los gobernantes se dejen arrastrar por la histeria colectiva, como si fueran un rebaño de ovejas asustadas. No es de recibo que se dejen arrebatar la batuta de la gobernación o gobernanza, como ahora se dice. El señor Obama, en lugar de presionar con las dichosas medidas resolutivas, podría haber salido a los jardines de la Casa Blanca y anunciar su disposición a colocar una parte de sus ahorros en bonos del Tesoro español. Eso sí que habría sido la mano tendida de un amigo y no un dogal al cuello. Los señores Sarkozy y Merkel, la Comisión Europea, el FMI y el resto de mandamases, además de blandir las tijeras, podrían ponerse de acuerdo para prohibir radicalmente las operaciones especulativas de unos señores que se dedican a traficar con una mercancía –lo títulos de la Deuda Pública- que en realidad no tienen. Podrían obligarles a comprar los títulos a tocateja antes de dedicarse a operar con ellos en el mercado. Una vez comprados, que hagan lo que les plazca, pero primero que los compren.
Y no olvidemos que una gran parte de esos especuladores anónimos son las propias entidades financieras a las que hubo que rescatar con cuantiosas inyecciones de dinero obtenido a base de más emisiones de deuda. Y no olvidemos que esas impúdicas agencias de calificación de riesgos, que se dedican a sembrar sospechas sobre la solvencia de los países, son las mismas que daban la más alta calificación crediticia a los productos basura fabricados a partir de las hipotecas “sub-prime”. Y no olvidemos que el Código Penal está para algo: por ejemplo, para perseguir a quienes difunden noticias falsas cuyo único fin es provocar nuevos descalabros.

sábado, 8 de mayo de 2010

MIGUEL BOYER ALZA SU AUTORIZADA VOZ CONTRA LOS CATASTROFISTAS

Nunca tuve la suerte de asistir a una rueda de prensa de Miguel Boyer, el primer Ministro de Economía que tuvo en sus Gobiernos Felipe González. Boyer comenzó su andadura profesional en el Banco de España y fue siempre una voz cuando menos respetada, por la solidez de su formación por el rigor de sus análisis económicos. Si no recuerdo mal, hacia el final de la primavera o comienzos del verano van a cumplirse 25 años desde aquella abrupta dimisión con la que dio salida a los continuados enfrentamientos políticos que había tenido con Alfonso Guerra.
En estos días de turbulencias fortísimas en los mercados financieros, Boyer ha hecho oir su influyente voz contra los especuladores que están apostando por el desastre. El día 30 de abril publicó un artículo en el diario EL PAÍS, del que se han hecho eco otras voces autorizadas y que me ha parecido interesante recoger aquí, como un recurso a los argumentos de autoridad para apuntalar lo que decíamos en la entrada anterior. Me permito, en todo caso, señalar una carencia en el artículo del ex-Ministro de Economía: él define la situación actual como el paraíso de los especuladores bajistas, pero se abstiene de hacer recomendación o sugerencia alguna sobre cómo podría cortárseles las alas a tan perversos sujetos. He aquí, en cursiva, un resúmen de lo escrito por Boyer, aunque uno siempre alberga la duda -o más bien la convicción- de que la racionalidad de los números no puede nada frente a la que Greenspan denominó como "la exuberancia irracional de los mercados":

Las agencias de valoración tuvieron una gran responsabilidad en el período anterior a la actual crisis sobreponderando activos, empresas y solvencias, y, por tanto, contribuyendo en primera línea a la generación de burbujas desmesuradas en el sector inmobiliario y en las Bolsas en general, así como a una errónea confianza de los inversores y de las entidades de crédito. Fueron, sin duda -junto a la política de tipos de interés bajísimos de la FED, la desregulación financiera y los blindajes de los ejecutivos-, uno de los factores principales de la crisis.

En estos primeros meses de 2010 la orientación ha cambiado: los que exageraron el optimismo y la confianza en el auge pasado ahora exageran, notoriamente, el pesimismo sobre la solvencia de las deudas públicas y privadas de un cierto número de países. Lo mismo que hubo mucha gente que ganó dinero insuflando alegría a espuertas entre los inversores y los bancos, en esta delicada fase de incipiente recuperación económica y perentorias necesidades financieras, la propagación del pesimismo aumenta las primas de riesgo de los prestamistas de toda clase.
Es obvio que esto aumenta el coste de los créditos a los países que más los necesitan, neutralizando una parte del esfuerzo de los bancos centrales por mantener bajos tipos de interés, para impulsar la salida de la crisis. Es el paraíso de los especuladores bajistas.

Alemania hizo un buen negocio macroeconómico componiendo la Unión Monetaria, aunque no se le ha explicado al alemán medio para no escamar a los otros socios. Con una moneda común, el euro, Alemania ha evitado, las posibles devaluaciones de la lira, la peseta, etc. y una competitividad mayor de las exportaciones de Italia, España y otras. Por otro lado, un euro común a 15 países es más débil, respecto al dólar, que un marco alemán solitario, así que, también, se han beneficiado sus exportaciones a los Estados Unidos.

El resultado ha sido magnífico para Alemania. En 1990, las exportaciones de Alemania representaban un 32% de su PIB, y las de Francia un 21%, las de Italia un 19%, y las de España un 16%. En el 2008, eran respectivamente, del 47%, un 26%, un 29% y un 26,4%. Esto es, mientras que el crecimiento de puntos de PIB de las exportaciones aumentaron en este periodo un 5 para Francia, 9 para Italia y 10 para España -no está anda mal-, en el caso de Alemania fue de 29 puntos.

Alemania no romperá la Eurozona, abandonando a Grecia, ni por su propio interés, ni por la lógica económica básica que la Unión Económica y Monetaria implica. Merkel ha decidido no desgastarse explicando a su ciudadanía cuánto le conviene mantener la Unión Monetaria intacta, ya que la opinión general alemana está en una ideología diferente. Pero saltará, el 10 de mayo, con un paquete de ayuda a Grecia bastante mayor de lo previsto anteriormente.

En este clima lleno de exageraciones negativas y de especuladores, me ha dolido que una agencia de
rating de la importancia de Standard&Poor's, haya contribuido a las ideas pesimistas -aunque sea levemente- pasando su rating para la deuda española de AA+, a sólo AA.
Lo ha hecho aduciendo que sus nuevas estimaciones de crecimiento medio del PIB español, para el periodo 2010- 2016, son del 0,7%, lo cual dificultará la reducción del déficit público y aumentará la deuda al 87,5% (en 2013), en vez del 74,1% programado por el Gobierno. También le preocupa a S&P's la "baja capacidad de exportación" de España, debida a los crecimientos de los costes unitarios españoles en los años pasados.

Pero estas estimaciones del PIB son sensiblemente más bajas, incluso que las de instituciones independientes como el FMI -que suele tener un sesgo a la baja en sus predicciones sobre España- recién publicadas, que proyectan crecimientos del PIB del 0,9% al 1,7% entre 2011 y 2015, superiores, pues, a las de S&P's.

Si la demanda global va tirando en los próximos años, el crecimiento del empleo no ha sido problema en España históricamente, incluso en tiempos de menor peso de la construcción. El FMI espera que el consumo tendrá tasas positivas ya en 2010, lo mismo que la inversión en bienes de equipo y construcción no residencial, y es optimista respecto al crecimiento de las exportaciones españolas. En el periodo 2000-2008 -a pesar del impulso de la demanda interna- el crecimiento real de las exportaciones españolas fue del 4,3%, por delante del de Francia (3,9%), Alemania (3,5%) y el de Reino Unido (2,5%), y en los dos primeros meses de 2010 el crecimiento de las exportaciones (a precios corrientes) ha sido del 13%, frente a un 9,4% de Alemania y un 6,5% de Francia e Italia.

En cuanto a los que creen que el dinamismo de la economía española se debió a la aportación de la construcción residencial, pueden echar un vistazo al desglose de la aportación de las diversas ramas productivas en el año 2007, al crecimiento de un 4% del valor añadido real: 3,15 el sector servicios; 0,46 la industria; 0,18 la construcción de viviendas y 0,16 la construcción de infraestructuras y de edificios empresariales. El ladrillo creó muchos empleos que, por su baja productividad, aportaron poco al valor añadido total. Y además de consumir una buena parte de la inversión y estropearnos la balanza de pagos, fue culpable de una caída brutal del empleo que había creado antes de la crisis.


lunes, 3 de mayo de 2010

LA JAURÍA INHUMANA

La posibilidad de que Grecia acabe declarándose en suspensión de pagos (posibilidad aún no descartable) ha sido una de las cuestiones que han hecho correr ríos de tinta en los medios informativos durante las últimas semanas. Lo más llamativo es la capacidad, al parecer ilimitada, que tiene esa jauría inhumana a la que conocemos por el nombre de "mercados" no sólo para poner contra las cuerdas a la presa elegida, sino para despedazarla literalmente.
Hace un año y medio los Estados tuvieron que poner en marcha planes de ayuda a los bancos para evitar el desplome del sistema financiero mundial. Ahora son los propios Estados los que tienen graves dificultades para hacer frente a sus deudas y a sus compromisos de gasto. Y esas dificultades han desatado el vendaval especulativo. ¿Qué podría hacerse para contener o hacer fracasar las maniobras especulativas? ¿En qué consisten exactamente tales maniobras que nadie se molesta en explicarnos con detalle?
Soy un absoluto ignorante de los mecanismos que configuran o constituyen lo que suele llamarse la "ingeniería financiera". Y desde esa ignorancia debo confesar el asombro que me produce esa repetida afirmación según la cual "hay miles de especuladores ganando mucho dinero con la crisis fiscal griega". ¿Cómo se puede ganar dinero con unos títulos cuyo valor no para de caer en el mercado? Creo que la respuesta está en un tipo de producto que también se usa mucho en la renta variable y que se llama "contratos de futuro".
Hasta donde yo puedo intuir, el problema consiste en que un inversor/especulador puede firmar un contrato de futuro desembolsando tan sólo una mínima parte (pongamos un 10 por ciento) de la cuantía total de ese contrato. Si el especulador (pongamos un banco) está convencido de que los títulos de la deuda griega van a caer hasta el 50 por ciento de su valor nominal, puede pensar que será un buen negocio comprometerse hoy a entregar dentro de un tiempo títulos valorados al 70 por ciento. Títulos que, evidentemente, no tiene, pero que espera comprar en el mercado por debajo del precio a que se ha comprometido. Su problema (el riesgo especulativo que asume) es que el cálculo no sea acertado y, llegada la hora, los títulos tengan un valor superior al que había estimado. De ahí una frase dicha también en estos días por el Ministro de Economía griego: "Estos tipos (los especuladores) van a perder hasta la camisa". Esposible que esa predicción se cumpla, pero de momento los que pueden perder hasta la camisa son los ciudadanos griegos afectados por el salvaje plan de ajuste que la UE y el FMI le van a exigir a Grecia a cambio de la ayuda.
Y, a pesar de los durísimos sacrificios que se anuncian, sin duda está bien que los demás estados europeos se hayan comprometido con el plan de rescate, pero a lo mejor sería necesario que hicieran también algo contra las maniobras puramente especulativas que se maquinan en los sacrosantos "mercados". Porque esas maniobras tienden a ser las clásicas profecías que se cumplen a sí mismas, como ocurrió hace cosa de 20 años con la crisis del sistema monetario europeo y las devaluaciones que sufrieron la peseta, la lira, la libra esterlina y otras monedas.
Es verdad que Grecia está pagando las culpas por el descontrol de sus finanzas y por las mentiras de sus Gobiernos. Pero no deja de ser absurdo que, en cuestión de días, los títulos de su deuda a corto plazo ( dos años) hayan visto caer su valor de mercado en más de un 75 por ciento. Eso no lo vimos ni con los índices de renta variable en los peores momentos de la tormenta financiera del otoño de 2008. Alguien está intentando pescar en río revuelto y algo habría que hacer contra ese alguien.

sábado, 24 de abril de 2010

ALEGATO CONTRA LA ORTOGRAFÍA EN VELILLA

La ortografía es una camisa de fuerza contra la libertad creadora, un cepo traidor contra los que tienen algo que contar y ganas de contarlo. Gabriel García Márquez, Premio Nobel, dice que habría que suprimir la ortografía. Cervantes, cuya memoria hoy celebramos, escribía su apellido con b y hoy lo escribimos con v...
Quien así piensa y se expresa es un hombre de porte elegante y discurso agudo y provocador. Es Pedro M. Talaván, editor romántico, de cabeza adornada con una melena de nieve que me recuerda la que lucía el gran Rafael Alberti allá por las Constituyentes del 77. A Talaván le gusta hacer la guerra por su cuenta, y así se convirtió en el creador e impulsor de la editorial Tal Vez, con sede en el calle Mayor de Velilla de San Antonio, por los confines del sureste madrileño.
Con motivo del Día del Libro, 23 de abril, Talaván nos convocó en un bar de la localidad -"Los Romeros" de nombre- para presentar la última producción de su factoría: 4 MENTES DEMENTES. Un libro original, de muy cuidada factura, del que son autores cuatro ciudadanos de diferentes orígenes, edades y trayectorias vitales. En la contraportada leemos lo siguiente: "Aquí tenemos a 4 autores convergentes y a la vez divergentes. 4 autores que atacan un mismo tema desde muy diferentes puntos de vista".
"José Manuel , con espíritu castizo; Pedro Talaván, con espíritu extremeño; Juan Carlos, con espíritu brasileño; y María con espíritu gaditano. Los cuatro entretejen bajo el mismo espectro -una estremecedora cama, un inquietante humo y un escalofriante título- una tenue tela donde las vicisitudes de la vida pueden hacer con un mismo fin diferentes guiones. Divergentes formas pueden converger en un mismo fondo. Y eso es lo que aquí sucede..."
En efecto, el bar-restaurante Los Romeros estaba lleno de humo, y también de ruido, pero ninguno de los presentes parecía sentirse inquieto por ello, como si la llamada Ley Antitabaco fuera también un corsé contra la inspiración creadora. "A mí me gusta leer en los bares, escribir en los bares -proclamaba Talaván lleno de entusiasmo-; los libros tienen que ser liberados de ese cementerio que son las bibliotecas, los libros tienen que ser llevados a la calle y a los bares". Fiel a su ideario guerrillero, el director de Tal Vez, organizó la presentación "lejos de los circuitos de la cultura oficial".
A pocos kilómetros de Velilla, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, el poeta mexicano José Emilio Pacheco, había tenido ciertas dificultades con los pantalones a la hora de ir a recibir el Premio Cervantes. En Los Romeros nadie perdió ninguna prenda, pese al tono divertidamente erótico de los discursos y los textos que se leyeron. "Si no fuera por el impulso erótico -sentenció con sabiduría Talaván- ninguno de nosotros estaríamos hoy aquí celebrando esta presentación".

domingo, 18 de abril de 2010

EN LA LAGUNA "BLANCA"...

La pereza y la falta de inspiración es una combinación letal para los "bloggers"... Me doy cuenta de ello y sufro por la velocidad con que se pasan los días. Muchas gracias a todos los las visitas y los comentarios. He pensado que a los lectores de ZD os gustaría ver una foto que hice en Semana Santa. No es nada del otro mundo, pero recoge una escena invernal de uno de mis sitios favoritos: la Laguna Negra, a unos 1800 metros de altitud, al pié de los Picos de Urbión, donde nace el padre Duero.
Llegamos y nos encontramos con casi un metro de nive acumulada a ambos lados del camino (los últimos dos kilómetros hay que hacerlos andando o en el autobús habilitado por la Junta de Castilla y León). El camino estaba peligroso, porque la nieve estaba helada y no llevábamos el calzado adecuado. Uno de los vigilantes nos lo advirtió en un tono un tanto petulante: la laguna es de origen glaciar y de vez en cuando nos lo recuerda, nos dijo, mientras nos rogaba encarecidamente que tuviéramos cuidado.
Uno que no tuvo mucho cuidado fue el hijo de una pareja de visitantes. El muchacho se puso a jugar sobre el hielo ante la vista divertida de sus padres, pero de pronto el hielo cedió y el chico se hundió en las aguas heladas hasta la cintura. Todos los presentes nos llevamos un susto considerable. Menos mal que no se había adentrado mucho y en esa zona próxima a la orilla las aguas no cubrían por completo. En fin, que la laguna es de origen glaciar, pero la capa de hielo que se forma en la superficie no es tan consistente como las que vemos por televisión en los lagos de Siberia o América del Norte.
Espero que os guste la foto.

domingo, 28 de marzo de 2010

AHORROS PARA LA VEJEZ Y FONDOS DE PENSIONES: EL GRAN ENGAÑO

Por razones personales que no hacen al caso, se me pasan los días sin encontrar el tiempo y la inspiración para atender un poco más este cuaderno de bitácora en el que voy publicando mis reflexiones. En relación con la última entrada, informo a todos los amables lectores que el ganador de las Elecciones para el Rectorado de la Universidad de Alcalá fue Fernando Galván, quien ya ha comenzado a tomar decisiones muy polémicas, como despedir a la que hasta ahora había sido la directora del Gabinete de Prensa. Con razón se dice por ahí que el periodismo es una de las profesiones más peligrosas del mundo.
Agradezco a todos las visitas de estas últimas semanas y os ofrezco aquí, en rigurosa pimicia, el artículo que este mismo domingo he enviado a la redacción de Diario de Alcalá. Un artículo en el que vuelvo sobre uno de mis temas favoritos. Lo ideal habría sido escribirlo al día siguiente de la solemne estupidez dicha por el Ministro Corbacho sobre los planes privados de pensiones, pero una cosa es lo que uno desearía hacer y otra lo que consigue hacer.

AHORROS PARA LA VEJEZ Y FONDOS DE PENSIONES: EL GRAN ENGAÑO

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que uno podía ir juntando un capitalito con la esperanza de disfrutarlo ventajosamente llegada la edad de retiro. La fórmula más extendida para hacerlo tenía algunos inconvenientes de mucho calado, el mayor de los cuales consistía en que, tanto las aportaciones hechas como los rendimientos acumulados, constituían unos denominados “derechos consolidados”, sí, pero también cautivos durante lustros o décadas hasta que el titular de los mismos podía rescatarlos por el procedimiento de cuidarse mucho a fin de llegar vivito y coleando a la jubilación.
Otro inconveniente que no fue tenido en cuenta – ni por los ahorradores ni por las autoridades públicas, siempre tan entusiastas con el ahorro a largo plazo- eran las comisiones leoninas que las entidades gestoras de los fondos de pensiones fueron autorizadas a aplicar. Comisiones que se cargaban a rajatabla, tanto si había ganancias como pérdidas, y que podían llegar –sumando la gestión y el depósito- a un 2,6 por ciento anual del patrimonio acumulado.
Quizá el motivo por el que mucha gente no reparó en este segundo inconveniente fue que cuando comenzaron a generalizarse los fondos de pensiones –hace unos veinte años- los rendimientos anuales de la deuda pública (y con ellos los de las emisiones privadas) estaban por encima del 10 por ciento anual. Cuando los rendimientos cayeron hasta situarse en una tercera parte de lo que habían sido, las entidades gestoras –todas ellas controladas por bancos y cajas de ahorros- mantuvieron sus comisiones. Algunas, cierto es, decidieron hacer un gran alarde de generosidad con sus clientes y rebajaron sus comisiones hasta situarlas en el entorno del 2 por ciento anual. En cualquier caso, esas comisiones de gestión y depósito, que al principio representaban una cuarta parte de los rendimientos brutos anuales que podía esperar un ahorrador (llamado partícipe en la jerga del sector), hoy en día representan la mitad o más de los rendimientos previsibles.
Ante el hecho incontrovertible de que muchos fondos estaban obteniendo rendimientos anuales negativos ( o sea, pérdidas), las gestoras dijeron a sus partícipes: si queréis obtener mayores rendimientos tendréis que asumir un riesgo más elevado. Y, en consecuencia, una parte de los patrimonios fue invertida en renta variable, con resultados podríamos decir que desiguales, pero, en general, tirando a catastróficos. El balance de todo ello es que hoy en día cientos de miles de partícipes tienen unos “derechos consolidados” cuya cuantía es inferior a la suma de las aportaciones que han venido haciendo desde que abrieron con ilusión de neófitos su fondo de pensiones. Otros cientos de miles han tenido más suerte y la suma de sus “derechos consolidados” es superior a la suma de aportaciones, aunque no llega a lo que habrían conseguido por sí mismos limitándose a colocar los ahorros en sucesivas imposiciones a plazo fijo.
Según datos de la Asociación de Instituciones de Inversión Colectiva, el 96 por ciento de los fondos de pensiones ha obtenido en los últimos diez años una rentabilidad media anual inferior a la inflación, que ha sido del 3,2. Así que los únicos que tienen algo que celebrar son las gestoras, que se llevan cada año unos dos mil millones de euros, tanto si llueve como si escampa.
Es verdad que, desde el punto de vista fiscal, los fondos presentaban un par de atractivos –uno falso y el otro verdadero- que parecían compensar, al menos en parte, este desalentador panorama que acabamos de describir. El atractivo falso –que sigue en vigor- es el de la desgravación de las aportaciones en la declaración de la renta. Es falso porque en realidad no hace otra cosa que aplazar el momento del “ajuste de cuentas” con la hacienda pública, ajuste que se lleva a cabo cuando el partícipe reúne las condiciones legales para disfrutar de su dinero y al tipo marginal que le corresponda. Como mínimo un 24 por ciento sobre la totalidad de los “derechos consolidados” y como máximo un 43. Del “ajuste final” no se salva nadie (bueno, puede que algunos sí), tanto si decide recuperar su dinero en forma de capital como si lo hace en forma de renta mensual.
El otro atractivo –el verdadero- murió el 31 de diciembre de 2006 a manos de Pedro Solbes, quien justificó en el Parlamento la puñalada trapera a los ocho millones de partícipes con el argumento de que los fondos, preferentemente, debían dedicarse o concebirse como una forma de reforzar la futura renta mensual de los pensionistas y no como una forma de acumular dinero para “caprichos” del tipo “coge el dinero y corre”. El atractivo ya cadáver consistía en la reducción del 40 por ciento que se aplicaba sobre la totalidad de los “derechos consolidados” antes de hacer las cuentas con Hacienda.
¿Conocen estos detalles los asustadizos ahorradores que se dejan impresionar por las cosas que se cuentan en los telediarios? ¿Leen los informes que las gestoras están obligadas a enviarles trimestralmente? ¿Les advierten los asesores y gestores de clientes que les aguardan en las oficinas bancarias exhibiendo la mejor de sus sonrisas? Mucho me temo que la respuesta a esas preguntas es no.
Y en este contexto, va el Ministro de Trabajo, se planta delante de las cámaras y lanza su mensaje “a la ciudad y al mundo”: yo tengo un plan de pensiones e invito a todos a que suscriban uno. Pues muy bien. Será que Celestino Corbacho, tan atareado, no ha encontrado un par de tardes para que su correligionario Jordi Sevilla le explique algunas cosas. Por mi parte, desde la modestia de ser un partícipe que ha podido escapar del “corralito”, sólo puedo decir una cosa: Desde el punto de vista financiero-fiscal, la peor decisión que puede adoptar un ciudadano deseoso de ahorrar para la vejez es suscribir un plan individual de pensiones. Como tener sed y beber agua del mar.