lunes, 30 de junio de 2008

ESPAÑA GANA LA EUROCOPA: CUANDO CREÍMOS HABER RETORNADO AL PARAÍSO

La final del 64 no llegué a verla. O tal vez sí que la vi, pero no quedó reflejada en mi memoria. Las más remotas imágenes televisivas que recuerdo están llenas de gente que se lanza al agua de cabeza desde altísimos trampolines: deduzco que corresponden a los juegos olímpicos de Tokio, que se celebraron aquel mismo año. De fútbol, lo primero que recuerdo haber visto es un Real Madrid-Inter de Milán. En la aldea remota los mayores hablaban con un temor reverencial de aquel equipo que entrenaba un tal H. H. y en el que jugaba un español llamado Luis Suárez. Fue en el año 66, el año en que el Madrid consiguió su sexta Copa de Europa.
Del año 66 datan también otras imágenes que cimentaron mi afición por el balompié y mi admiración por los jugadores alemanes: España jugó aquel mundial de Inglaterra que desembocó en la histórica final de Wembley, en la que ingleses y alemanes se jugaron de poder a poder la supremacía mundial. En aquel campeonato debutó con su selección el jugador que para mí encarna las cualidades más envidiables que pueden verse en este deporte: Franz Beckembauer.
Ya comenté en la "entrada" anterior que las grandes explosiones de alegría colectiva no son muy de mi agrado. Esas grandes concentraciones de masas, eufóricas por el triunfo, son demasiado propicias al exceso y los excesos me incomodan y me producen malestar interior. Me gusta más celebrar la felicidad de las victorias en solitario, creo que es la mejor manera de saborear a fondo esa alegría.
Huyendo de los excesos fui a refugiarme en los recuerdos, viendo la galopada de Torres y el toque sutil al balón para elevarlo por encima de Lehman, quise verme a mi mismo cuando no me sobraba ni un gramo de grasa y el paraíso era una pradera en la que crecían los cardos y dos porterías marcadas con unas piedras delimitaban el terreno en el que podíamos estar dándole patadas al cuero de sol a sol. Le dábamos patadas al cuero y no al tobillo del contrario, como hizo el malvado Ballack con nuestro querido Xavi, elegido mejor jugador del torneo. Aquello sí que era disfrutar el fútbol a fondo y en primera persona mientras que lo de ahora, por muchas palabras grandilocuentes que quieran buscarse, no deja de ser un goce a través de personas interpuestas. A lo mejor la auténtica felicidad sería poder volver a aquel período de nuestra vida, tan corto y tan intenso, en el que no había límites para la ilusión y las fuerzas daban de sobra para imitar cada movimiento y cada gesto de nuestros héroes. Cuarenta y cuatro años después, nuestros chicos nos han devuelto por un buen rato a aquel paraíso de la infancia. Ojalá no pasen otros tantos antes de que tengamos otra ocasión para saborear los viejos recuerdos.

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