viernes, 11 de abril de 2008

INVESTIDURA DE ZP: EL PREDICADOR NO QUISO DAR TRIGO

El Congreso de los Diputados vota hoy en segunda vuelta la investidura de Rodríguez Zapatero como Presidente del Gobierno para los próximos cuatro años. Se ha repetido hasta la saciedad que el candidato socialista saldrá elegido con los votos de su grupo. Pero lo cierto es que, además de los 169 votos del PSOE, necesita algo más: necesita que el número de votos a favor sea mayor que el número de votos en contra, es decir, resulta imprescindible contar también con las abstenciones de los grupos minoritarios. Reproduzco a continuación el comentario que envié a Diario de Alcalá criticando al Presidente del PP por su anuncio de que su grupo votaría no, cuando a lo largo de la campaña electoral había pedido a los socialistas que se abstuvieran en caso de resultar ganadores los populares...
Por sus obras los conoceréis -proclamó Mariano Rajoy, echando mano de la socorrida máxima evangélica-. Quizá no fue consciente el líder popular, en el fragor de la batalla dialéctica librada el pasado martes, de hasta qué punto podrían aplicársele a él mismo esas palabras. Porque las pronunció poco después de confirmar ante toda la cámara su voto en contra del candidato Rodríguez Zapatero. Un voto en contra que constituía una contradicción palmaria -y el aspirante socialista, como era de esperar, no perdió la ocasión de resaltarlo- con lo que Rajoy había dicho solemnemente en la campaña electoral: si el PP se alzaba con el triunfo, su primera llamada sería a la Ejecutiva socialista para pedirles su abstención, a fin de sortear el protagonismo excesivo de las fuerzas minoritarias, casi todas de carácter nacionalista. Una contradicción imposible de obviar, porque, cuando fue llegada la hora de la verdad, el Presidente del PP se negaba a dar a los demás lo que semanas antes reclamaba para sí mismo, haciendo bueno ese dicho de la sabiduría popular que nos recuerda la diferencia sustancial entre predicar y dar trigo.
Los hombres, sobre todo los hombres que se dedican a la política -y también las mujeres, en estos tiempos de obligada corrección en el lenguaje y obligadas listas paritarias- son dueños de sus silencios y esclavos de sus palabras. Y probablemente, en el debate del martes, Rajoy estaba preso no sólo de lo que había dicho en la campaña electoral, sino también de la necesidad de dar satisfacción a su grupo, ejerciendo la tarea de oposición con una contundencia que, en un análisis muy superficial, se juzga incompatible con la tibieza o con la voluntad de colaboración que solemos asociar a la abstención.
El problema es que esa oposición sin contemplaciones, esa oposición que entiende el no como su postura más lógica mientras endosa al candidato la tarea de buscarse la vida, nos sitúa ante el escenario de siempre: el poder acrecentado de quienes guardan la "llave" de las mayorías, aunque los votos que les respaldan sean más bien escasos. Cabe recordar, en este punto, que el candidato, para ser investido, necesita la mayoría absoluta en la primera votación y la mayoría simple en la segunda. Esto quiere decir, ni más ni menos, que los votos de su partido no bastan, ni a la primera ni a la segunda, porque, en todo caso, es imprescindible obtener más votos a favor que votos en contra. ¿Qué pasaría si todos los grupos entendieran que su postura lógica -puesto que no pueden compartir el cien por cien del programa defendido por el candidato- también es el no? Estaríamos abocados a la repetición de elecciones en el plazo de dos meses. ¿Y por qué razón los minoritarios han de ser los que hagan el ejercicio de responsabilidad de abstenerse? O peor aún, ¿qué beneficios para el conjunto del país cabe esperar de esa estrategia de obligar al candidato a buscarse la vida, la mayor parte de las veces a base de concesiones y más concesiones? El martes por la tarde tuvimos un buen ejemplo de lo que podemos esperar: en el plazo de dos meses, el Ministerio de Economía publicará las famosas balanzas fiscales, una exigencia que desde antiguo vienen planteando los nacionalistas de CIU y ERC y que va a dar mucho que hablar.
La investidura, más aún que las leyes de Presupuestos, es un momento clave para la estabilidad política e institucional del país. Facilitar, o cuando menos no obstaculizar, la investidura del vencedor es, a mi juicio, una de esas cuestiones de Estado que deberían pactarse entre las dos grandes formaciones políticas y de las que tanto hablaron José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy desde la tribuna del Congreso. Una ley cualquiera, por importante que sea, puede echarse abajo y no tiene más consecuencia que la caída de un ministro o la elaboración de un nuevo proyecto. Pero si fracasa la investidura, si fracasa la búsqueda de un candidato que tenga la confianza mayoritaria de la cámara, el panorama al que se enfrenta el país es una posible crisis institucional. Uno de los argumentos que hemos oído en este debate y otros anteriores -argumento adobado siempre por el aroma de un cierto orgullo triunfalista- es que España ha conseguido superar a Italia en renta per cápita. No estaría de más una reflexión colectiva sobre la parte de culpa que haya podido tener la endémica inestabilidad política italiana en ese retraso trasalpino frente a la península Ibérica; aparte, claro, de los méritos que quizá hemos aportado los españoles.
En esta investidura para la novena legislatura, Rodríguez Zapatero ha sentado un precedente que tendrá influencia de largo alcance en el futuro: no pasa nada por salir elegido en segunda vuelta, no hay por qué empeñarse en obtener el visto bueno de la cámara por mayoría absoluta y a la primera. Por desgracia, en la otra mitad del Hemiciclo, Mariano Rajoy -pese al aplauso unánime de su grupo antes de abrir la boca, y pese a que logró plantear una confrontación dialéctica muy aseada, tanto en el fondo como en la forma- desperdició la ocasión de sentar otro gran precedente: la oposición, en aras de la gobernabilidad y exhibiendo un alto sentido del Estado, no entorpece ni obstaculiza, sino que deja vía libre a quien legítimamente ha ganado la confianza de los ciudadanos para dirigir los destinos del país por un período de cuatro años. Otra vez será.

1 comentario:

Anónimo dijo...

M.Sant Macía

No se me había planteado hasta que no he leido tú reflexón, lo que supone el riesgo que ha supuesto para la esabilidad del Estado el "no" a la investidura de Zapatero por parte del PP además de ser tanto como hechar a los pies de los caballos, en tiéndase grupos minoritarios, al partido mayoritario que si en esta ocasión hasido el PSOE, en un futuro puedeser el PP